Crítica — Aro Berria: La revolución tántrica de los cuerpos

Irati Gorostidi Igarretxe firmó con Contadores uno de los cortos más comentados y elogiados de 2023. La directora vasca incidía en un tema recurrente para una nueva generación de cineastas, de Jean-Gabriel Périot a Luis López Carrasco: la memoria de la lucha obrera de los setenta y el desencanto que supuso la desactivación e institucionalización de esas militancias por parte de partidos y sindicatos. Gorostidi se inspiraba en la vida de su padre y  su madre, y recogía una huelga de los trabajadores y las trabajadoras de la industria del metal en Euskadi en 1978 para reconstruir ese momento de la Historia en que la revolución parecía posible y el anhelo de cambio impregnaba tanto la organización del trabajo y de la sociedad como la vida privada.

Contadores ya se anunció como el primer paso hacia un largometraje, este Aro Berria (Nueva era) que se estrenó mundialmente en la sección New Directors del Festival de San Sebastián 2025. El primer segmento del film recupera y expande en buena parte el planteamiento del corto, y reconstruye la cotidianidad de un grupo de jóvenes que se implica a fondo en la preparación de una huelga. Ya desde los créditos, que se configuran como un caligrama animado, la película cobra una dimensión cercana al musical. Gorostidi subraya la dimensión performativa de esas militancias y otorga una cadencia musical y coreográfica a las rutinas colectivas de los personajes, de manera que el ritmo de las máquinas en la fábrica sintoniza con el de la máquina de escribir con la que se preparan las convocatorias de huelga; y el trabajo en la industria encuentra su paralelo en el trabajo manual que supone organizar cualquier tipo de manifestación política. Rodada en 16mm, el cromatismo del film y su temática recuerdan inevitablemente a títulos como La Chinoise (Jean-Luc Godard, 1967), aunque la pulsión performativa y rítmica también la acerca a películas más recientes que han demostrado que los musicales obreros eran posibles, como Dancer in the Dark (Lars von Trier, 2000) y La fábrica de nada (Pedro Pinho, 2017).

Pero, lejos de desplegarse como ese casi musical proletario o como una recreación más expandida de los logros y desencantos de la lucha obrera de los setenta, Aro Berria lleva a cabo un giro inesperado allí donde terminaba el corto, cuando los y las protagonistas se dan cuenta de que la militancia dentro del mundo laboral ha tocado techo. Ya en la primera parte, los personajes introducen la educación sexual como una de sus inquietudes compartidas. En aquel momento, la Revolución debía cambiarlo todo, también las relaciones sexuales y el vínculo con el propio cuerpo, tan marcados por la represión social y religiosa, especialmente dura en la España nacionalcatólica. Tras el fracaso de la revuelta social, los y las protagonistas se concentran en la revolución sexual e interior. Y se integran en una comuna centrada en la meditación y el sexo tántrico perdida en un rincón de Euskal Herria.