Crítica — La hermanastra fea: La belleza erosiona la corporeidad
La ópera prima de la cineasta noruega Emilie Kristine Blichfeldt se alzó con el premio a mejor película en la última edición del Festival de Sitges. Una reimaginación ‘body horror’ del cuento clásico de ‘Cenicienta’ incide en los estándares de belleza femeninos, el paradigma social que encorseta y limita a las mujeres, y la responsabilidad de las mismas ante la perpetuación de la violencia patriarcal.
Elena del Olmo
23 de octubre 2025
La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren)
Año 2025
País Noruega
Dirección Emilie Kristine Blichfeldt
Guión Emilie Kristine Blichfeldt
Producción
MER Film
Lava Films
Motor
Zentropa International Sweden
Reparto
Lea Myren
Ane Dahl Torp
Thea Sofie Loch Næss
Flo Fagerli
Isac Calmroth
Fotografía Marcel Zyskind
Montaje
Marcel Zyskind
Olivia Neergaard-Holm
Sonido Tormod Ringnes
Distribución Beta Fiction Spain
Duración 109 min
Fecha de estreno 17 de octubre de 2025
Género Terror
Sinopsis
En un reino de cuento de hadas donde la belleza es un negocio despiadado, Elvira hará lo que haga falta para captar la atención del príncipe.
La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren)
Año 2025
País Noruega
Dirección Emilie Kristine Blichfeldt
Guión Emilie Kristine Blichfeldt
Producción
MER Film
Lava Films
Motor
Zentropa International Sweden
Reparto
Lea Myren
Ane Dahl Torp
Thea Sofie Loch Næss
Flo Fagerli
Isac Calmroth
Fotografía Marcel Zyskind
Montaje
Marcel Zyskind
Olivia Neergaard-Holm
Sonido Tormod Ringnes
Distribución Beta Fiction Spain
Duración 109 min
Fecha de estreno 17 de octubre de 2025
Género Terror
Sinopsis
En un reino de cuento de hadas donde la belleza es un negocio despiadado, Elvira hará lo que haga falta para captar la atención del príncipe.
Una de las primeras secuencias define la postura de Elvira, la hermanastra que da título a la ópera prima de Blichfeldt; Alma, su hermana pequeña; y Rebekka, la madre de ambas, ante las directrices sociales vigentes. Al subir al carruaje de caballos, la madre toma la mano del conductor con una sonrisa coqueta y complacida; Alma lo mira a los ojos, irritada, mientras sube sin ayuda; y Elvira le hace una exagerada reverencia antes de tomar su mano, deseosa de encajar en los estándares de comportamiento femenino. Desde estos primeros instantes, la presentación de personajes diferencia las experiencias vitales de las mujeres que vinculan su vida al deseo masculino y aquellas que desligan la presencia masculina de cualquier ámbito de su realidad.
El poemario del Príncipe Julian, que Elvira sostiene en las manos, es un talismán que materializará las fantasías que impregnan la pantalla y los pensamientos de la joven. Elvira despierta de unos sueños teñidos de un rosa saturado, en los que el príncipe penetra la costilla de la joven con una flecha accidental. La literatura condiciona y construye el deseo afectivo sexual mientras el poemario permanece a su lado durante la mayoría del metraje, un objeto ritual que vertebra una mitología masculina novelesca alrededor de la figura del príncipe.
Rebekka y sus dos hijas se presentan ante Otto, el futuro marido de la madre, y Agnes, su hija rubia, alta y esbelta, en contraste con los rizos morenos, las anchas caderas y la ortodoncia de Elvira. El cuento de hadas se resquebraja con la muerte del hombre durante la cena de bodas, y el posterior descubrimiento del nulo capital que él y su hija poseen. Un matrimonio por conveniencia de ambas partes resulta en una puesta en escena lúgubre en el castillo, con imágenes de Agnes velando el cuerpo rodeado de flores marchitas de su padre, y unos títulos introductorios que, con un travelling sobre la mesa aún puesta, establecen un diálogo entre el banquete podrido, las moscas y gusanos que rondan los alimentos, las posesiones materiales de Agnes y Elvira, y la muerte del hombre.
El primer plano detalle sobre el cuerpo de Elvira ocurre tras una conversación con su madre, tirada en el suelo del velatorio enfundada en un vestido negro, tras expresar su desaliento ante la esperanza de que su hija logre casarse. Elvira se examina ante el espejo y la cámara se acerca a su nariz mientras sus dedos vacían una blanquecina y abundante espinilla. La noción del propio cuerpo como un agente enemigo que hay que apretar, cortar y vaciar se transmite a través de la cercanía, con planos detalle y un montaje sensorial visual y sonoro que permite identificar la maleabilidad de nuestra propia carne.