Crítica — Sugar Island: Culpa serpenteante, ataduras que ceden
La cineasta, docente y activista dominicana Johanne Gómez Terrero presenta 'Sugar Island', un segundo largometraje incluido en la sección oficial de la 28.ª edición del Festival de Málaga, que gravita entre la ficción, el misticismo decolonial y los alegatos activistas contra la explotación esclavista en la recogida del azúcar. La odisea interna y contenida de Makenya denuncia la situación de las jóvenes en una comunidad envenenada por un profundo sentimiento religioso y una violenta negación de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras.

Sugar Island
Año 2024
País
República Dominicana
España
Dirección Johanne Gómez Terrero
Guion Johanne Gómez Terrero
Producción
Fernando Santos Diaz
David Baute
Reparto
Yelidá Díaz
Ruth Emeterio
Juan Maria Almonte
Génesis Piñeyro
Diógenes Medina
Francis Cruz
Fotografía Alván Prado
Montaje Raúl Barreras
Música
Jonay Armas
Gagá de la 30
Distribución Pleamar
Duración 90 minutos
Fecha de estreno 21 de marzo de 2025
Sinopsis
Un embarazo no deseado revuelve la vida de Makenya, una adolescente de una comunidad Batey rodeada de cañaverales.
Sugar Island
Año 2024
País
República Dominicana
España
Dirección Johanne Gómez Terrero
Guion Johanne Gómez Terrero
Producción
Fernando Santos Diaz
David Baute
Reparto
Yelidá Díaz
Ruth Emeterio
Juan Maria Almonte
Génesis Piñeyro
Diógenes Medina
Francis Cruz
Fotografía Alván Prado
Montaje Raúl Barreras
Música
Jonay Armas
Gagá de la 30
Distribución Pleamar
Duración 90 minutos
Fecha de estreno 21 de marzo de 2025
Sinopsis
Un embarazo no deseado revuelve la vida de Makenya, una adolescente de una comunidad Batey rodeada de cañaverales.
Johanne Gómez Terrero inicia su segundo largometraje con un alegato del historiador cubano Oscar Zanetti que cimenta las bases políticas y contextuales de Sugar Island: “El inicio de la producción azucarera en el Caribe coincide, y no por casualidad, con el primer asiento otorgado por la Corona Española en 1517 para la introducción de negros esclavizados”. La cinta, cuya ficción reside en el embarazo no deseado de la joven dominicohaitiana Makenya en una recluida comunidad Batey, diverge en secuencias activistas fragmentadas en las que se construye un espacio escapista para la visión de una pieza artística performática a la par que un lugar de pausa para la reflexión crítica. A lo largo de un metraje híbrido, las mujeres, envueltas en túnicas caoba y adornadas con pigmento dorado en el rostro, se mueven de forma ritual, apelando al espectador con manifiestos acerca del colonialismo y esclavismo que impregnan la recolección del azúcar.
El misticismo del folklore popular hace uso de unas formas de puesta en escena propias del cine de terror: el plano contraplano recurrente entre la joven y una serpiente habitante de los campos, en el que el punto de vista se torna térmico; la bebida abortiva casera que Yelidá le prepara a su hija en la penumbra de la estrecha cocina, sólo iluminada por la tenue luz de la estatua que descansa en el porche; y el sonido ambiental incesante, las cigarras y la vegetación siendo sacudida por el viento que sonoriza las habitaciones vacías que la cámara de Terrero filma. La película se recubre de una atmósfera opresiva, salvaje y mística que imbuye a la narración de una particular irrealidad manejada a favor de un profundo sentimiento activista que denuncia la situación individual de la familia como resultado de un sistema misógino, racista y capitalista.