ENTREVISTAS

Rosa Vergés — Un espléndido Gaudí de Honor

El premio Gaudí de Honor de este año ha sido concedido a Rosa Vergés, una mujer de cine. Directora, guionista, divulgadora y docente.

Para ver los videos es necesario registrarse o tener una suscripción.

Si ya tienes una cuenta, accede aquí

El Premio Gaudí de Honor de este año ha sido concedido a Rosa Vergés, una mujer de cine, porque Rosa Vergés es mucho más que una directora. Su trayectoria desde que empezó como meritoria de dirección y script, pasando por sus cuatro películas como realizadora, se completa con la larga dedicación a la enseñanza de cine a la que concede una gran importancia, y su implicación en todo lo que representan las academias de cine. La Academia de Cine Catalán, que ella contribuyó a fundar y alentar, ha decidido entregarle este Gaudí de Honor que, como dice en la entrevista que publicamos, no se toma como algo personal, sino “como un premio al amor al cine”. ¡Felicidades Rosa!

La influencia de la familia

Vivir en una casa donde el padre es un editor, quiere decir, o al menos es el recuerdo que yo tengo, que la habitación más importante de la casa es la biblioteca. Sobre todo, lo que me dio fueron muchas ganas de leer y leer. Lo segundo que aprendí fue de los autores que venían a comer y a cenar, Delibes, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Cela o Pla. En toda la etapa que eres niña y adolescente no les sabes sacar todo el partido que les sacarías ahora, y te pasa un poco rápido. Después sí he podido tener relación con alguno de ellos, a través del cine, sobre todo. Lo que más me ha marcado a mí personalmente, no cuando empecé a dedicarme al cine como técnico, sino cuando decidí que quería dirigir, fue la idea que tenía. Yo quería un productor, en este caso fue una productora, Arsenal Films, Rosa Romero, que fuera lo que yo había visto en mi casa de la relación entre un editor y un escritor. Es decir, ¿qué era un libro para mí?, aparte de los que había en la biblioteca ya publicados, un libro empezaba con un manuscrito que mi padre tenía en la mesilla de noche y que yo veía como lo leía. Y después, escuchaba las conversaciones que tenía con los autores. A lo mejor decía: “Capítulo 14, te repites; ¿por qué no cambiamos el título?”. Tener esta complicidad es algo muy necesario también en el cine. Porque el productor no es el que pone el dinero o lo busca. Tiene que entender cuál es la obra que quieres hacer y dar las facilidades, pero también tiene que saber poner un poco de orden. De hecho, hay muchas parejas de productor-director que han funcionado, igual que con músicos o directores de fotografía. Yo estaba muy empeñada en encontrar en la producción este espíritu. Eso sí me influyó mucho.

La fascinación por el cine

Si tienes mucha imaginación, mucha curiosidad y mucha fantasía desde la infancia, es casi inevitable. No puedo decir que exista un día donde dijera “ahora me dedicaré al cine”. La vida me fue llevando, de una manera casi inconsciente, hacia un camino que yo pensaba que era intransitable. “¿Cómo demonios podré entrar en el mundo del cine?”. En la Universidad escogí estudiar Historia del Arte porque había una asignatura, que daba Miquel Porter Moix, que se llamaba «historia del cine». Sólo por eso, porque me gustaba mucho, me gustaba ir al cine, me gustaba comentar las películas. Tenía una fascinación por el cine, pero sin pensar que me dedicaría, la verdad. Lo que sí empecé fue en el teatro. Cuando estaba en primero de carrera, estuve en la compañía Dagoll Dagom, con Joan Oller, en la obra Nocturn per acordeó de Salvat Papasseit. Yo sufría lo que no está escrito para tener que salir a escena, pero todo lo que pasaba detrás me fascinó. Todo lo que era la producción, buscar el vestuario, tener ideas para la dirección artística. Todo lo que era lo que no se ve, lo que está detrás de la cámara, me fue acercando.

Los referentes

Evidentemente conocía toda la peripecia de Pilar Miró, Cecilia Bartolomé, Josefina Molina y de muchas otras. Sinceramente, probablemente de una manera inconsciente, aspiraba a dirigir. Pero cuando empecé a dedicarme al cine, cada paso era para mí el máximo. Si hacía de meritoria de dirección, es todo lo que quería; si trabajaba en un corto, todo me parecía enorme. De una manera, casi sin darte cuenta, que quizás está aquí detrás, un día dije que quería dirigir. Pero mis referentes en aquellos momentos, y ahora, no han sido tanto “mira hay una directora y yo lo podría hacer”, sino referentes de mujeres del mundo de la cultura y de la ciencia, de la música, de la escritura etc., que muchas veces he tenido que ir a buscarlas e investigar porque no sabía que existían. Por ejemplo, cuando el centenario del cine, la Mostra de Cinema de Dones proyectó unas películas de Alice Guy, la primera cineasta, la primera persona en el mundo que creó una ficción. Me pidieron que presentara sus películas y aquel día la descubrí. Y te quedas diciendo “¡Uy!”. Vas en decalage con tus referentes, los vas atrapando, pero no los tienes un día, no son una revelación.

Los primeros trabajos

Mi primer trabajo, cuando tenía 17 años, fue de telefonista en una agencia de viajes, Aerojet se llamaba, donde después acabé trabajando como guía, viajando por todo el mundo. Cosa que me sirvió muchísimo después para hacer de ayudante de dirección, porque llevar un grupo de gente a viajar, es casi un rodaje.

En el cine, empecé a trabajar en algún cortometraje y me fascinó. Escribí un guion para un corto que no conseguí rodar, pero eso es otra historia. Me enteré de que se iba a rodar una película que se llamaba La oscura historia de la prima Montse, protagonizada por Ana Belén y Ovidi Montllor, que dirigía Jordi Cadena. No sé cómo conseguí tragarme la vergüenza y presentarme como meritoria de dirección. En aquella época tenías que hacer tres o cuatro películas como meritoria y te daban un papel certificando que habías hecho este trabajo y después pasabas a auxiliar y así ibas haciendo. En mi caso, tan desbordada estaba de interés, que una de las cosas más bonitas que me pasaron en ese rodaje, porque todo el día te están enviando a buscar cafés, a cortar calles, no estás viendo como ruedan todo el rato, fue que el jefe de producción me dijo: “me parece que te has ganado el guion”, porque veía que tenía mucho interés. Aun lo guardo. Eso de que en un rodaje te dieran un guion, que muchas veces ni a los actores se lo dan, les dan sólo su parte si tienen un papel pequeño, lo encontré importantísimo.

La profesión de script

He hecho muchos años de script y de ayudante de dirección antes de dirigir. Yo diría, curiosamente, que si volviera atrás me gustaría más volver a hacer de script que de ayudante de dirección. El ayudante de dirección es una especie de capataz del rodaje y dependes mucho del tipo de producción que sea, si está realmente a la altura de lo que el que dirige quiere.  Tienes que estar siempre negociando y se sufre mucho. Por poner un ejemplo a quien no sepa de qué va, recuerdo una vez rodando con Bigas Luna. Después de comer, yo estaba en una salita haciendo el plan de rodaje, y entró él en la sala y me dijo: “No te importa que haga una pequeña siesta”. «No hombre no», como le iba a decir que no. Se abre la puerta y viene uno: “Oye, que el camión que querías para mañana no estará, que la actriz se tiene que ir, aquello que se tenía que hacer en tres días se tiene que hacer en uno”. Iban desfilando. Y de golpe Bigas se levanta y me dice: “Aquí no hay quién duerma, yo no sabía que había tantos problemas en una película”. “Hombre, de eso trata el trabajo del ayudante, de que no lo sepas”. Es bastante difícil. En cambio, en el trabajo de script la relación que tienes con todos y cada uno de los miembros del equipo y los actores, es siempre el guion, la película y el resultado final. Tú te tienes que imaginar la película acabada todo el tiempo, y eso es muy cinematográfico.

Las mujeres en los equipos de rodaje

Es evidente que había menos que ahora, no se puede comparar. Para mí no es un ahora y un antes. Para mí la diferencia más grande es desde que se puede estudiar cine y desde que hay un caldo de cultivo de nuevas generaciones que tienen muchas oportunidades que a lo mejor entonces, ni se te pasaban por la cabeza. En general cuando decías que te dedicabas al cine te decían “haces cine”, como si fuera ir al cine. No, no, es un oficio que pide mucha entrega, mucha dedicación y mucha inseguridad. Porque son trabajos que no sabes de qué vivirás. Cada vez que acababas una película, tenías que esperar a que te llamaran para la siguiente. Muchas veces me encuentro con gente que empezó en la misma etapa que yo y que a lo mejor han sido jefes de eléctricos o son directoras de fotografía ahora, pero entonces eran auxiliares de cámara, como Nuria Roldós. No había muchas, pero yo tampoco las contaba.

Ahora hay mucha presencia, lógicamente yo creo que en toda la sociedad el papel de la mujer ha cambiado radicalmente, y también en el mundo de las artes. Pero, por ejemplo, yo diría que en el mundo editorial había muchas mujeres, y en el mundo de la prensa y en lugares de responsabilidad. Escoger hacerlo es lo que era más determinante.

El encuentro con Rosa Romero

Lo que significó Boom Boom para mí, también lo significó para todas las personas que colaboraron en esta película. Abrir una mirada diferente al cine que se estaba haciendo aquí. Y lo digo en el sentido de comunicar algo con una historia muy sencilla, una idea muy europea. Siempre digo que Boom Boom no es mi primera película, es la segunda, lo que pasa es que la primera me la salté, no la he rodado. Mi intención era rodar una película que era una historia de amor de un árabe y una cristiana en el siglo XI, que se titula Blanca, los diálogos son de Narcís Comadira, poeta y pintor, y es un guion muy bonito. Pero, claro, debutar con una película así era muy complicado. En ese momento apareció Rosa Romero que, con un grupo de gente, como Manuel Huerga y Jordi Beltrán, tenía un programa en TV3 que se llamaba Arsenal y decidieron montar una productora. Y Rosa, que es muy espabilada, buscaba un proyecto porque había una iniciativa muy importante durante unos años. La Comunidad Europea creó unos cursos para jóvenes productores independientes de toda Europa y buscaban veinte productores con veinte proyectos. Rosa me vino a ver porque sabía que yo tenía este proyecto. Yo le dije: “Tú llévatelo a Bruselas, pero eso no quiere decir que yo me comprometa a hacerlo contigo” y ella me contestó: “Yo tampoco me comprometo”. Llegó con el siglo XI y cuando le tocó explicar el proyecto, en el que ya llevábamos cuatro o cinco meses trabajando, los expertos de distribución, de producción, gente importante europea de televisiones, porque la gracia estaba en intentar colocar el producto resultado del curso, le dijeron: «Una primera película, de una directora, de una productora, medieval y muy cara». Ahora con todo el mundo digital sería otra cosa, pero entonces era muy bestia. Ella me vino a ver y me comentó: “Me han dicho que hagamos un corto” y yo le contesté: “¡Un corto, para qué! No lo verá nadie”. Entonces me preguntó: “¿Tú te ves capaz de cambiar de proyecto a medio curso?”. Eso era en julio y en septiembre se tenía que presentar otro proyecto. En dos meses pensé una cosa, barata, sencilla, de pocos personajes, actual. Hacer un viaje desde la Edad Media a la actualidad, la verdad es que hice trampa porque me basé en una cosa medieval. El protagonista de Boom Boom se llama Tristán porque me basé en Tristán e Isolda, y el filtro de amor de Tristán e Isolda es el cóctel del bloody mary que se toman en Boom Boom. ¿Por qué digo que es trampa?, porque hay historias como las de Shakespeare, Cervantes o como esta, que son como una plantilla que funciona sí o sí, porque están muy bien planteadas las emociones, las estrategias, los inicios, los finales y tú sólo tienes que adaptarlo. Yo no se lo decía a nadie, me parece que es la primera vez que lo explico abiertamente.

Rosa tuvo el gran acierto de proponerme trabajar con uno de sus socios, Jordi Beltrán. Como era una película que trataba del amor y de un filtro de amor, yo quería que hubiera mucha música, y Jordi para mí es la persona que desde la radio mejor ha explicado la música durante los últimos treinta años. Nos entendimos perfectamente y salió rápidamente el guion, rápidamente lo presentó y, de hecho, de los veinte proyectos fue el único que el año siguiente se presentaba en Cannes con la película acabada, coproducción con Bélgica y distribución importante. Desde el punto de vista de la estrategia de cómo levantar un proyecto de una película, no lo habríamos podido hacer mejor.

El éxito de Boom Boom

De la palabra éxito y Boom Boom se podría hablar mucho. Sobre todo, por un lado, en aquel momento no es como ahora que una ópera prima tiene que ser lo mejor, y si el director o directora llevan cuatro o cinco películas ya son sospechosos. Entonces, con la primera película te tenías que hacer perdonar. No había una gran expectativa de “mira hay algo nuevo”, no. Por el otro, Boom Boom se estrenó el mismo día que empezaban los mundiales de futbol y eso es una puñalada porque no va nadie. La única persona que sé que fue al cine comprando las entradas fue Miguel Delibes en Valladolid que fue con toda la familia que era numerosa.  Pero no iba nadie. La película pasó sin pena ni gloria. Pero de alguna manera el hecho de que fuera rescatada desde fuera y estuviera en el Festival de Venecia y tuviera mucho éxito, hizo que rebotara y se reestrenara, pero no de entrada. En el fondo tuvo más éxito fuera, en Francia, Italia, Argentina, que aquí. Las ventanas para mostrar las películas eran otras.

El premio Goya

La única promoción que hicimos fue, como la película se estrenó en una sala del Publi, al lado de Pretty Woman, cuando se acababa la cola de gente que quería ver Pretty Woman y decían: “La sala 1 llena, ¿qué hay en la 2?». «Una película española». «¡Uy!”. Pero antes de que se fueran, les regalábamos a las taquilleras unas cajas de bombones Valor, porque la Pepa López, una de las estupendas actrices de la película, su familia hacia el chocolate, les regalábamos bombones para que la cajera dijera: “Es española, pero les va a gustar”. Pero para mí es un misterio saber cómo demonios ganó un Goya y no sólo porque fuera una primera película, una ópera prima claro, sino porque venía de Barcelona, y entonces quedaba muy lejos, muy lejos.

Souvenir, la segunda película

Hacer la segunda película cuesta mucho, pero lo que cuesta más es que la gente no diga «A mí me gustó más la primera». Eso es muy curioso, cuando un cineasta tiene mucho éxito con una película, se estrenan las anteriores y muchas veces se dice eso, a mí me gustó más la primera, pero no es verdad, es la primera que has visto, pero no la primera que ha hecho. La película fue muy mal recibida, la segunda. A mí no me importa por una razón, porque entendí perfectamente que haciendo cine puedes pasar de un éxito a un fracaso muy rápidamente, y que cuanto más pronto sepas el recorrido que hay entre una cosa y la otra, personalmente es lo mejor que te puede pasar. Me supo mal por la película y por toda la gente que había participado. Pero curiosamente con las proyecciones de esta película en los últimos años es como si fuera una película diferente. Tenía una cosa curiosa, que veo ahora, y es que explicábamos Barcelona desde el punto de vista de un turista amnésico, japonés, que se enamoraba de Emma Suarez que era una azafata. Era un punto de vista muy vinculado, o es era la idea, a como cambiaba Barcelona por las Olimpiadas. La ciudad no la reconocías, era otra, estaba abierta al mundo, y tenía muchas ganas de explicar cómo se veía desde fuera. Creo que eso no se acabó de entender en aquel momento. Si ya fue muy justito que una mulata se enamorara de Sergi Mateu en Boom Boom, Emma Suárez y un japonés costó. Ahora no, ves Lost in Translation y entiendes todo. Creo que las películas además de ser buenas tienen que ser oportunas.

Una de las cosas de la que he tardado años en acordarme es que en el Festival de Sitges se proyectó la película y no te explico la salida, las caras de todo el mundo. Yo sólo tenía ganas de pedir perdón. Y se me acercó un matrimonio mayor, americanos, que les había encantado, que era una película clásica, qué sensibilidad, tal, tal, tal. Eran Saúl Bass y su mujer. Yo había estado el día antes en una conferencia donde explicaba cómo había hecho los créditos de las películas más importantes de la historia del cine, la escena de la ducha de Psicosis, lo que quieras. Y en lugar de decirme: “No ha gustado, pero a este señor le ha encantado”, estuve años sin recordarlo. Y una vez de pronto lo recordé. Estas cosas quizás es la parte más difícil de hacer una película.

Cine para criaturas: Tic Tac

Lo que es difícil es encontrar una ventana para hacer una película para niños. Sólo conseguimos que TV3 la aceptara como película para televisión a cambio de que nosotras aportábamos la producción, porque yo me empeñé en que tenía que ser en Dolby digital y en 35 mm. Si tú quieres que los jóvenes vayan al cine, si no les enseñas de niños las cosas con calidad, ¿cuándo lo verán? Tu competencia es Disney, por eso tenías que competir con las mismas herramientas. El gran descubrimiento de Tic Tac, que creo lo fue no sólo para mí, sino para todo el equipo, es que no es difícil trabajar con niños, lo que es difícil es agacharse y poner tu mirada a la altura de los niños. Pero cuando bajas y miras a los niños a los ojos, lo difícil es volver a subir. Si hablas con gente que ha trabajado en esta película, por ejemplo, Tomás Pladevall, para él es una de sus películas preferidas, y mira que ha hecho, o Rosa Ros haciendo los decorados. Era una película en la que todos teníamos mucha libertad creativa porque actuábamos como niños. Además de que son los espectadores más exigentes, porque no se dejan engañar. Una tercera cosa que para mí fue muy importante fue cuando la presenté en Berlín, se apagaron las luces y los niños suspiraron, me di cuenta entonces que todos aquellos niños veían una película en pantalla grande por primera vez en su vida. Y todo lo que yo les estaba explicando a lo mejor lo cargarían muchos años, como ha sido con muchos niños que me han venido después, como me pasó a mí con la primera película que vi. Fue una oportunidad de sentirte pionera.

La primera que vi no era especialmente buena. Recuerdo que la vi en el cine Savoy, y cuando acabó la proyección, yo debía tener siete años, obligué a toda la familia a volver a la siguiente sesión a verla. Era Pollyanna, que no es que sea nada del otro mundo. No la quiero volver a ver porque sé que no aguantará, pero era la experiencia de estar en una sala de cine, que quién la ha vivido sabe que cuesta mucho de olvidar.

Iris y las guerras

Hice con Jordi Barrachina un documental que se llamaba El Pabellón de la República, cuando se inauguró en Barcelona la reconstrucción del pabellón que hicieron durante la guerra en París, donde estuvo el Guernica, el Calder. Vimos muchas imágenes de archivo y siempre me impresionaba mucho toda aquella gente, toda aquella población civil que se quedaba con aquella cara de “he salido a comprar el pan y no hay nada», «no ha vuelto la persona”, las víctimas vivas de los conflictos en general. No lo quise centrar en la guerra civil, sino en cualquier guerra. Por eso es una película que evitaba completamente cualquier referencia a uniformes y a la guerra, era más metafórica. Es una película que a mí me gusta mucho y que vista ahora o según con quién, por ejemplo, ahora que hay tantas guerras próximas y que ves tantas imágenes de estas en las noticias y en los diarios, gente que se siente cercana a estos conflictos, la ven con una emoción que, en su momento, fue tratada o vista de otra manera.

La película empieza con la explosión de una bomba en un mercado, como homenaje a Guernica que fue la primera vez que se puso en práctica atacar a la población civil. La guerra no es vestirte de soldado y marcharte a luchar, te la traen a casa. Que era la última, yo creo que en aquel momento. Hemos empezado hablando de la importancia que tenía la producción para mí. Creo que tengo un pequeño defecto, pienso en la carrera cinematográfica y me imagino que, en otras cosas, te la haces más diciendo que no que diciendo que sí. No he sabido hacer cine de encargo, y lo he intentado y he hecho algunas cosas, pero si no me creo una cosa, no sé hacerla creíble. Creo que cuando haces una película mientes o haces ficción para explicar una cosa que la sientes mucho. Y si no la siento, o no la entiendo, me cuesta. Era una etapa en la que ya no existía la productora con la que yo trabajaba y el mercado había cambiado mucho y me costaba encontrar mi lugar.

Enseñar cine

Eso coincidió con una relación muy fuerte con Josep Maixenchs que había creado la ESCAC. Estuve a su lado y me impliqué mucho, quizá porque no había podido estudiar cine. Me gustó mucho implicarme en la formación de los jóvenes y enseñar lo que había aprendido, para seguir aprendiendo.

En la Pompeu Fabra estuve desde el inicio, en la Ramón Llull, en la Menéndez y Pelayo, en la Universidad de Barcelona. Si contara todos los cortos que han hecho mis alumnos los años que he estado dando clases, he rodado mucho, pero a través de los ojos de otros. Y es muy gratificante, la verdad es que es una experiencia. Si sólo tienes la ambición de dirigir y dirigir lo tuyo, es un tema, pero si tienes la curiosidad más dispersa, a mí es lo que me ha pasado, que me he ido liando. He hecho alguna cosa de teatro en directo, y me he aficionado, este verano hice una cosa sobre Víctor Catalá y el infanticidio, vas probando aquí y allí porque en todas partes me he encontrado a gusto. Y sí que querría volver a hacer una película y tengo el compromiso conmigo misma de hacer Blanca. Es más difícil hacer de cineasta cuando no ruedas, que cuando ruedas.

La relación con el alumnado

Me ha gustado mucho enseñarles una cosa, abrir ventanas, dar vida a su curiosidad, su capacidad de observación, lo que querían, que fueran el máximo ellos mismos y que tuvieran muchas ganas, no de escuchar lo que yo les decía, sino de oírse a sí mismos. Eso es lo que yo les he querido transmitir. Y lo que me han enseñado ellos a mí es una sorpresa constante, no dar nada por bueno ni por hecho. Un poco lo que explicaba antes de los niños, quizá cuando das clases con los estudiantes también pasa porque hay preguntas que te motivan, te despiertan. Te mantiene vivo el aprendizaje constante porque es la única actitud que puedes tener dando clases.

José Luis Borau, Josep Maixenchs y la academia

Si de algo estoy orgullosa es de haberlos juntado y de que entre ellos hicieran un vínculo importantísimo. Estoy escribiendo un libro sobre Maixenchs y entrevistando a Borau, me hacía mucha gracia. La ESCAC empieza en el centro Calasanz en la Escuela Pía de Sarriá, donde había unos pasillos. Imagínate en la entrevista lo que explicaba Borau… Era muy divertido porque conectaron mucho. Cuando me ofrecieron ser vicepresidenta, creo que la etapa de Borau fue la mejor. De una Academia muy centrada en Madrid, muy endogámica, que no tenía ninguna aspiración ni para la gente joven, ni para el público, Borau le puso mucha cultura, creó un diccionario, hicimos un boletín en el que todos podían escribir lo que pensaban, abrimos una sede en Barcelona, se hicieron muchos más socios y mucho más jóvenes en todas partes. Y además, otra cosa que hicimos fue traer la ceremonia de los Goya a Barcelona, que yo dirigí, pero ya no era vicepresidenta, eso fue cuando era vicepresidente Ventura Pons, que también se empeñó en que los Goya, que ahora viajan, el primer viaje fue en la etapa de Borau.

La Academia del Cine Catalán

Es el caso de la Academia del Cinema Catalán, este puente que se consigue establecer entre los que hacen cine y el público, la idea de que un premio a una película hace que la tengas que ir a ver, que la tienes que conocer, que la gente quiera ir a ver películas de kilómetro cero, eso lo hacen las academias. Yo considero que en estos momentos la Academia Catalana está haciendo muy buen trabajo.

El Gaudí de honor

Sinceramente, después de lo que hemos hablado, este premio no me lo tomo personalmente, pienso que están premiando el amor al cine. Y eso si lo encuentro muy bonito. Me gustaría que esa fuera mi aportación de verdad.

El cine hecho por mujeres

A mí me encanta hacer cine y ser mujer. Creo que las mujeres tenemos muchas cualidades como para organizar una familia, la producción, llorar, fijarnos en los sentimientos de la gente, tener curiosidad. Somos muy adecuadas para hacer cine, ahora y antes y antes y antes. Lo que me sabe mal es que la historia haya dejado a tantas mujeres de lado, pero han existido siempre. Lo siento, pero yo desde el principio he intentado que no se valorara como una cualidad importante que fuera mujer y hacer cine. He intentado evitarlo. Era yo y lo que yo sentía. Y en una sala oscura, cuando ves una película, a mí me es igual si la ha dirigido un hombre o una mujer. Yo lo que quiero es que me expliquen una historia con la sensibilidad de la persona que la ha hecho. Estoy acostumbrada a que la mayoría de la gente que he tratado a lo largo de estos años estábamos en un paraíso, en un lugar muy neutro, donde hablas con la cabeza y con el corazón, pero no se establecen ni relaciones de poder ni de sexo. Me parece que ahora vivimos una época un poco peligrosa. No sé si me gustaría tener ahora muchas facilidades para hacer cine por el simple hecho de ser mujer y formar parte de una cuota. A mí no me gustaría. Me gustaría que se me valorara por lo que hago. Y eso ahora está en peligro. No digo que no se tendría que hacer, pero no lo comparto, porque lo he vivido de otra manera y estoy más preocupada por la cantidad de mujeres que mueren cada día por maltratos, que no por lo que pasa en el cine. Me preocupa más la imagen que se puede dar en los medios y en las películas de una mujer que no eso. Y como sigo pensando en los jóvenes, en los niños y en las niñas, encuentro que ya viven en un mundo que no es aquel mundo que vivimos nosotras de jóvenes. Yo sinceramente no he tenido problemas en un rodaje. He tenido más problemas llevando a arreglar la vespino, que entrabas en un taller y te miraban como diciendo «no tiene ni idea», y te trataban de aquella manera, que no en un rodaje. He tenido grandes amigas y amigos. No sé si me explico bien.

Hay un chiste, no sé si es chiste o es verdad. Obama, cuando era presidente fue con su mujer, Michelle, a la ciudad donde ella nació. Fueron a comer a un restaurante que era del primer novio de Michelle. Y Obama, en plan chulo, le dice: “Mira, si te hubieras casado con él, ahora estarías trabajando en este restaurante”. Y ella le contesta: “No te equivoques, si me hubiera casado con él, él sería ahora presidente de los Estados Unidos”.

Para seguir leyendo es necesario registrarse o tener una suscripción.
Si ya tienes una cuenta, accede aquí.

Regístrate y podrás leer 5 artículos gratuitos al mes y comentar

REGÍSTRATE

suscripción mensual

4,99€

al mes

suscripción anual

49€

al año
PRUEBA GRATIS 30 DÍAS

suscripción FAN CLUB

99€

al año

Elige una de nuestras suscripciones para poder leer todos los artículos sin límites y así poder ofrecerte los mejores contenidos:

SUSCRÍBETE