Perpetuar el legado

Dirigir una película no es nada fácil. Aunque se trate de una producción independiente y de bajo presupuesto, se necesitan una serie de infraestructuras y de profesionales que trabajen en ella, se necesitan contactos, se necesita una buena campaña publicitaria, se necesita distribuir una serie de copias en salas… En los últimos años, el crecimiento de los labs de distinto tipo y la gran cantidad de festivales independientes que visibilizan el trabajo de jóvenes directoras han allanado un poco el camino, pero, aun así, sigue siendo muy arduo y muchos, muchísimos proyectos, se quedan durante años guardados en un cajón. A veces incluso para siempre. Además, sabemos que la meritocracia no es una ciencia exacta (a menudo incluso dudamos de su existencia) y, como decía Lucrecia Martel, «el problema del cine es que está en manos de una única clase social». Y claro, cuando no perteneces a dicha clase social, todo se complica. Tal vez por esta razón, tener familiares que hayan dirigido películas previamente es uno de los factores que más ayudan a aquellas personas que quieren debutar en la dirección. 

En los últimos años, una gran cantidad de hijas de cineastas han decidido dar el salto tras las cámaras, con mayor o menor fortuna. Porque lo llevan en la sangre, porque lo han vivido de cerca desde muy jóvenes, y sí, porque dedicarte a lo que se dedica tu progenitor o progenitora implica que posiblemente vayas a tener las cosas un poco más fáciles que el resto de los comunes mortales. ¿O tal vez no? Porque claro, en ese caso hay que aprender a convivir con la engorrosa etiqueta de «hija de», y la sombra de quien te precedió siempre será alargada. 

Coincidiendo con el estreno de The Last Showgirl, el nuevo film de Gia Coppola (nieta de Francis Ford Coppola y sobrina de Sofia Coppola), hacemos a continuación un repaso de algunas de las directoras que han decidido seguir la senda iniciada por sus antecesores y antecesoras.

Sofia Coppola 

Probablemente, la más conocida de la lista. Sofia Coppola ha pasado de ser la hija actriz de uno de los cineastas más famosos del llamado Nuevo Hollywood, a ser una directora con voz propia. Debutó en el largometraje cuando contaba con 28 años, y lo hizo con la que se convirtió en una de sus películas más emblemáticas: Las vírgenes suicidas (The Virgin Suicides, 1999), un film tan poético como melancólico que transmite con gran viveza la intensidad de los sentimientos durante la adolescencia de las cinco hermanas Lisbon. Coppola utilizó como punto de partida la novela de Jeffrey Eugenides y convirtió en nostálgico himno de toda una generación la canción “Playground Love” de Air. La jugada no le podría haber salido mejor. Cuatro años después llegaría su segundo largometraje: Lost in translation (2003). Una hermosa reflexión sobre la soledad con Bill Murray y Scarlett Johansson en estado de gracia que logró con creces la confirmación de su talento y le otorgó un Óscar al mejor guion original. Le seguirían la irreverencia pop de Maria Antonieta (2006), la sobriedad casi minimalista de Somewhere (2010), la polémica de The Bling Ring (2013), un film de época como The Beguiled (2017), adaptación de El seductor (Don Siegel, 1971), con la que logró el premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes, un nuevo film con Bill Murray (On the Rocks, 2020) y una atípica película biográfica sobre Priscilla Presley (Priscilla, 2023), su film más reciente. Todo esto a lo largo de un cuarto de siglo que ha servido, más que de sobra, para demostrar su incuestionable talento.