Cannes 2025 — Últimas noticias: Kelly Reichardt y otras alternativas
Antes del anuncio del palmarés, que reconoció ‘Sound of Falling’, de Mascha Schilinski, con el Premio del jurado ‘ex aequo’ y a Nadia Melliti, protagonista de ‘La petite dernière’, de Hafsia Herzi, con el premio a la mejor interpretación femenina, Kelly Reichardt cerró la competición con otra obra memorable.

The Mastermind
Podríamos especular en torno a una tipología de cineasta que, a pesar de formar parte de la programación de los principales festivales del mundo de forma recurrente, nunca logra el premio gordo. Directores y directoras que hacen gran cine, aunque en filmes de apariencia modesta, que no responden a la idea que se tiene de un título meritorio de, por ejemplo, una Palma de Oro. Pienso en nombres como los de Aki Kaurismäki o Hong Sang-soo, a los que podemos añadir ahora Kelly Reichardt. El Festival de Cannes ha tardado en incorporar a la directora estadounidense a sus filas. Su primera vez en competición fue justo con el filme anterior, Showing Up (2022), y en esta 78.ª edición ha presentado en el último día su noveno largo, The Mastermind, en el que sigue distanciándose de algunas de las coordenadas habituales de su obra.
The Mastermind no se ambienta en un contexto rural de Montana u Oregón, sino en una zona suburbana de Massachusetts. El filme arranca con una familia de clase media visitando un museo en un día de otoño, en un imaginario más cercano al de ciertos filmes que tienen lugar en Manhattan que al del oeste estadounidense. Y la película no tarda en situarse en el territorio del cine de atracos, un género inesperado en la filmografía de Reichardt. El protagonista, JB Mooney (Josh O’Connor), planea el robo de cuatro pinturas de Arthur Dove del museo local por razones que no se acaban de explicar. Como ha hecho con otros géneros cinematográficos, la directora realiza una desmitificación de algunas de las convenciones habituales de la heist movie. Más cerca de Rufufú que de Ocean’s Eleven, el asalto se desarrolla de forma poco épica, pero en principio exitosa. Como ya hacía en Showing Up, Reichardt demuestra tener dotes para la comedia, siempre desde el bajo perfil en que se mantienen sus filmes. Pero las cosas no tardan en complicarse para JB, que tiene poco «cerebro» para estos asuntos y ve cómo su sueño de triunfar con un asalto se desvanece como el humo. Hasta el punto de tener que escapar de su casa en una fuga errante que conecta The Mastermind con una tradición concreta del cine estadounidense de los setenta. Pero JB no es un rebelde político (las protestas contra Vietnam resuenan como telón de fondo de una realidad de la que él vive desconectado) ni económico (su padre es juez), y sus motivos parecen más espurios y caprichosos que revolucionarios o desesperados. Reichardt perfila la progresiva caída de un antihéroe al que se sustrae toda posibilidad de épica o de aura de perdedor. Un genio equivocado que ni siquiera es un genio, y que entra en la historia de la contracultura por error.