Crítica — All dirt roads taste of salt

La poetisa y fotógrafa estadounidense Raven Jackson debuta en el largometraje con este filme estrenado en el Festival de Sundance. All Dirt Roads Taste of Salt muestra mediante secuencias alternadas de manera no cronológica varias décadas en la vida de Mack, una mujer que habita en el sur rural de Estados Unidos. Sin embargo, el interés de su directora no radica tanto en narrar la historia de la protagonista, como en mostrar (y demostrar) el potencial poético y sensitivo de algunas de las imágenes que la conforman.

La prevalencia (e importancia) de la imagen sobre todo lo demás, el uso de la elipsis narrativa y la escasez de diálogos son los rasgos que más destacan en el film. Un film que articula su –por otro lado, mínima– narración a través de las manos de los personajes y su rico lenguaje. Las manos que acarician, que abrazan, que rozan otras manos, que escarban en la tierra o que le cortan la cabeza a un pescado. Las manos que se dejan mojar por la lluvia y que sirven, al fin y al cabo, para conocer y descubrir el mundo. Manos que aparecen en pantalla la mayor parte del tiempo y que adquieren un protagonismo inusual, que son capaces de expresar tanto o incluso más que el propio rostro, que nos muestran el amor, la rabia, el placer, la esperanza, el dolor o la frustración. Manos que nos vinculan con la naturaleza al tocar el barro que se forma después de la lluvia.

Más que narrar una historia al uso, All Dirt Roads Taste of Salt propone una aproximación lírica tanto a la vida como a la inevitable muerte que esta implica; mostrando, mediante imágenes de gran belleza, la relación del ser humano con la naturaleza y los elementos.