Crítica — El teorema de Marguerite: Una mente brillante, una película previsible
Ella Rumpf ('Crudo') ganó el César a la mejor actriz revelación gracias a su interpretación de una joven y talentosa matemática en este filme repleto de buenas intenciones, pero lastrado por una narrativa que discurre por caminos demasiado trillados.
El teorema de Marguerite/ Le Théorème de Marguerite
País Francia
Año 2023
Dirección Anna Novion
Guion
Anna Novion
Mathieu Robin
Marie-Stèphane Imbert
Agnès Feuvre
Philippe Paumier
Sara Wikler
Producción
Beauvoir Films
TS Productions
France 2 Cinéma
Radio Télévision Suisse
Canal +
Reparto
Ella Rumpf
Jean-Pierre Darroussin
Julien Frison
Sonia Bonny
Fotografía Jacques Girault
Montaje Anne Souriau
Música Pascal Bideau
Distribución Adso Films
Duración 112 min
Fecha de estreno 13 de septiembre de 2024
Sinopsis
Marguerite es una brillante estudiante de matemáticas de la prestigiosa École Normale Supérieure de París. Siendo la única mujer de su promoción, todo parece ir perfectamente mientras prepara la exposición de su tesis. En el día clave, un pequeño error pone su situación al borde del abismo. Marguerite entonces decide hacer borrón y cuenta nueva, y empezar de cero...
El teorema de Marguerite/ Le Théorème de Marguerite
País Francia
Año 2023
Dirección Anna Novion
Guion
Anna Novion
Mathieu Robin
Marie-Stèphane Imbert
Agnès Feuvre
Philippe Paumier
Sara Wikler
Producción
Beauvoir Films
TS Productions
France 2 Cinéma
Radio Télévision Suisse
Canal +
Reparto
Ella Rumpf
Jean-Pierre Darroussin
Julien Frison
Sonia Bonny
Fotografía Jacques Girault
Montaje Anne Souriau
Música Pascal Bideau
Distribución Adso Films
Duración 112 min
Fecha de estreno 13 de septiembre de 2024
Sinopsis
Marguerite es una brillante estudiante de matemáticas de la prestigiosa École Normale Supérieure de París. Siendo la única mujer de su promoción, todo parece ir perfectamente mientras prepara la exposición de su tesis. En el día clave, un pequeño error pone su situación al borde del abismo. Marguerite entonces decide hacer borrón y cuenta nueva, y empezar de cero...
Si tal y como reza una cita famosa: “Escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”, ¿es posible entonces filmar el pensamiento matemático? En la esquemática, y previsible, El teorema de Marguerite, la cineasta Anna Novion intenta despejar la x de este enigma con resultados dudosos. La loable voluntad de la directora de realizar un filme didáctico, que aproxime una disciplina tan árida como las matemáticas al gran público, se acaba resolviendo con frases hechas ―la relación entre la vocación matemática y una supuesta búsqueda de la verdad absoluta― o con una obsesión por poner orden en el caos del universo y, por supuesto, con un motivo visual recurrente en este tipo de filmes, del que ya abusaba la similar, y oscarizada, Una mente maravillosa: el protagonista frente a una enorme pizarra repleta de símbolos matemáticos ininteligibles para el resto de la humanidad.
Tal vez, uno de los problemas más evidentes de El teorema de Marguerite es el hecho de que, en sus casi dos horas de duración, encontramos al menos dos películas en una. La primera, la más interesante, se aproxima ligeramente al retrato de una feminidad que, tras seguir a pies juntillas las normas de un sistema tan patriarcal y jerárquico como el académico, decide saltárselas. Marguerite Hoffman (Ella Rumpf, en un personaje en las antípodas del que encarnaba en Crudo) es una brillante estudiante de doctorado de Matemáticas en la prestigiosa École Normale Supérieure de París, con escasas habilidades sociales (aunque no se explica abiertamente, la protagonista es descrita en la película como una persona con TEA, o trastorno del espectro austista) y absolutamente apasionada por los números y la investigación. Cuando sufre un importante revés académico y es abandonada por Laurent Werner (Jean-Pierre Darroussin), su manipulador y estricto director de tesis, Marguerite decide salir del cascarón académico en el que estaba recluida y empezar a vivir. Novion aborda, en esta primera hora del filme, diferentes temas sin, lamentablemente, profundizar en ninguno: por un lado, la rigidez, competitividad y desgaste emocional y psicológico a que se enfrentan las personas que deciden sumergirse en la carrera académica ―sólo las que la conocemos desde dentro podemos entender, realmente, la sensación de desamparo que transmite la escena en la que Werner comunica a Marguerite que, después de tres años de trabajar codo con codo, va a dejar de ser su tutor de tesis―; por otro, la escasa presencia de mujeres en un ámbito como la investigación y el pensamiento matemático a un nivel universitario, un hecho real que El teorema de Marguerite apunta, pero que no denuncia con la suficiente contundencia. La rebelión de Marguerite, su huida de la opresiva estructura en la que estaba encerrada y su búsqueda de una autonomía económica, pero también emocional, erótica e intelectual, pasa, también, por saltarse la ley: la joven prodigio empieza a ganar dinero en partidas clandestinas de mahjong (el llamado “póker chino”) en una subtrama apasionante, que abre excitantes vías narrativas, y que el filme corta por lo sano.
LA LOABLE VOLUNTAD DE LA DIRECTORA DE REALIZAR UN FILME DIDÁCTICO, QUE APROXIME UNA DISCIPLINA TAN ÁRIDA COMO LAS MATEMÁTICAS AL GRAN PÚBLICO, SE ACABA RESOLVIENDO CON FRASES HECHAS Y, POR SUPUESTO, CON UN MOTIVO VISUAL RECURRENTE EN ESTE TIPO DE FILMES: LA IMAGEN DE LA PROTAGONISTA FRENTE A UNA ENORME PIZARRA REPLETA DE SÍMBOLOS MATEMÁTICOS ININTELIGIBLES
Las posibilidades que esta primera parte contiene son anuladas en una segunda hora de metraje que parece diseñada para hacer volver a la protagonista al redil. Tras algunas noches de fiesta y baile, un paseo por las humillaciones del trabajo asalariado, diversas interacciones eróticas y muchas partidas de mahjong, Marguerite regresa a su pasión, las matemáticas, que aparecen entrelazadas con un amor más terrenal: el que empieza a sentir por su excompañero de la ENS, Lucas, también estudiante de doctorado y colega de investigación. Aquí, El teorema de Marguerite se convierte ya en un film tan previsible como una ecuación y más fácil de resolver que una suma de dos números de una cifra. Se suceden escenas de montaje de Marguerite y Lucas escribiendo, con tizas de diferentes colores, en la misma pizarra; se alternan momentos en los que van intimando con instantes en los que, ¡eureka!, hacen un importante avance en su investigación que sólo entendemos a través de la voluntariosa alegría en el rostro de los actores; hay abundantes, y de dudoso gusto estético, primeros planos de Marguerite con números y símbolos matemáticos flotando alrededor de su cabeza… El final es tan evidente, y tan irremediable, como la solución a un enigma matemático sencillo. Pero, en fin, qué sé yo; nunca fui buena en matemáticas.