Crítica — Not a pretty picture: Cómo rodar la película de tu propia violación
La recuperación del film de Martha Coolidge, título clave del cine feminista de los setenta, no podía ser más oportuna en este momento de lucha por una cultura del consentimiento sexual.
Not a pretty picture
Año 1975
País Estats Units
Dirección Martha Coolidge
Guion Martha Coolidge
Producción Coolidge Productions
Reparto
Michele Manenti
Jim Carrington
Anne Mundstuk
John Fedinatz
Amy Wright
Stephen Laurier
Hal Studer
Janet Morrison
Reed Birney
Diana Gold
Fotografía Don Lenzer, Fred Murphy
Montaje Suzanne Pettit, Martha Coolidge
Música Tom Griffith
Distribución Atalante
Duración 83 min
Fecha de estreno 1 de març del 2024
Sinopsis
En 1962, a los 16 años, la directora Martha Coolidge fue violada durante una fiesta por parte de un compañero de clase mayor que ella. Doce años después, la cineasta examina esta agresión sexual vivida en su propia carne y recrea las circunstancias que la rodearon con un grupo de actores en un loft andrajoso de Nueva York.
Not a pretty picture
Año 1975
País Estats Units
Dirección Martha Coolidge
Guion Martha Coolidge
Producción Coolidge Productions
Reparto
Michele Manenti
Jim Carrington
Anne Mundstuk
John Fedinatz
Amy Wright
Stephen Laurier
Hal Studer
Janet Morrison
Reed Birney
Diana Gold
Fotografía Don Lenzer, Fred Murphy
Montaje Suzanne Pettit, Martha Coolidge
Música Tom Griffith
Distribución Atalante
Duración 83 min
Fecha de estreno 1 de març del 2024
Sinopsis
En 1962, a los 16 años, la directora Martha Coolidge fue violada durante una fiesta por parte de un compañero de clase mayor que ella. Doce años después, la cineasta examina esta agresión sexual vivida en su propia carne y recrea las circunstancias que la rodearon con un grupo de actores en un loft andrajoso de Nueva York.
Este mes de marzo coincidirán en cartelera Not a Pretty Picture de Martha Coolidge y How to Have Sex, la ópera prima de Molly Manning Walker. Dos films rodados casi con medio siglo de diferencia y que aun así abordan, desde estéticas diversas, una misma preocupación que parte, además, de la experiencia personal. Las dos películas se centran en cómo la cultura de la violación vertebra las dinámicas de socialización de adolescentes y jóvenes, sobre todo a través de los ritos vinculados a la pérdida de la virginidad y la desinhibición en las fiestas. La obra que ahora se recupera de Martha Coolidge se nos presenta como un título clave, pero casi desconocido, del cine feminista de los setenta. Una película con la que, probablemente sin saberlo, dialogan muchas propuestas contemporáneas que desde el cine y las series se están cuestionando cómo articular las narrativas sobre la violencia sexual, en un panorama huérfano de relatos sobre el tema desde las perspectivas femeninas. Resulta impactante comprobar hasta qué punto hace cincuenta años ya se planteaban debates alrededor del consentimiento y la cultura de la violación, y sobre la manera de representar el abuso sexual y sus efectos.
Coolidge parte de una propuesta híbrida y autorreflexiva, con la que recrea a través de la ficción el episodio en el que fue víctima de una agresión sexual, a la vez que documenta el proceso de rodaje del film en cuestión. Desde esta dialéctica, la directora se desvincula de las narrativas hegemónicas que entonces dominaban sobre el tema. Hablamos de las ficciones donde la violación se entiende como un drama que ha de marcar fatalmente la vida de la víctima para que esta se considere merecedora de tal estatus, o de los rape and revenge que justo irrumpen en los setenta, donde la fantasía masculina de violencia se convierte en la única posibilidad de reacción para una mujer que no se conforma con la condición de víctima pasiva. Not a Pretty Picture incluso se adelanta a la hora de ofrecer la otra cara de la moneda de tantas comedias juveniles que empiezan a popularizarse sobre todo en los años ochenta, en las que se normaliza la cultura de la violación y la masculinidad tóxica como formas de socialización habituales entre universitarios y adolescentes. En una secuencia a priori de transición, aquella en la que los diferentes personajes van en coche hacia una fiesta a Nueva York, la directora es capaz de plasmar las diferentes personalidades de cada uno, los roles que adoptan en el contexto de una salida de fiesta y el clima de flirteo, dominación y amenaza que impone Curly (Jim Carrington), en un escenario que en otro tipo de film se abordaría desde el registro del coming of age o de la comedia juvenil, dado que congrega todos los arquetipos habituales: tenemos al guaperas que lidera el grupo, a la chica virginal con la que flirtea, al nerd objeto de burla y a la pareja que no para de enrollarse. Coolidge, en cambio, transmite desde el realismo el progresivo ambiente de incomodidad y amenaza que se instala en el ambiente por la actitud agresiva de Curly, y así desnaturaliza las dinámicas sociales fijadas por tantas ficciones juveniles de iniciación sexual.
COOLIDGE, TRANSMITE DESDE EL REALISMO EL PROGRESIVO AMBIENTE DE INCOMODIDAD Y AMENAZA QUE SE INSTALA EN EL AMBIENTE POR LA ACTITUD AGRESIVA DE CURLY, Y ASÍ DESNATURALIZA LAS DINÁMICAS SOCIALES FIJADAS POR TANTAS FICCIONES JUVENILES DE INICIACIÓN SEXUAL.
Porque Not a Pretty Picture subvierte los elementos que han configurado el concepto tradicional de violación, asociado a un ataque sin previo aviso que perpetra siempre un desconocido en un contexto de vulnerabilidad para la víctima, el tópico del asalto en un callejón oscuro y solitario sufrido por una mujer sola de noche. Aquí, el violador es una persona cercana, un compañero de estudios mayor, y la violación se lleva a cabo en el que se podría considerar un entorno seguro, el apartamento de un conocido que visitan con otros colegas. Se trata de uno de esos escenarios que tradicionalmente se han leído como incompatibles con la narrativa del abuso sexual porque se supone que, en este contexto, cualquier relación sexual no puede ser otra cosa que consentida.
Si los acontecimientos de antes y después de la violación se nos muestran a través de escenas de pura ficción, la violación se representa en cambio en todo momento dentro del marco de su propio rodaje, hasta el punto en que la cámara se mueve en algunos momentos para mostrar cómo todo ello afecta a la directora. Esta estrategia de autoconciencia de la representación evita recrearse en la violencia del acto representado sin que eso desactive la agresividad que transmite. Al mismo tiempo ofrece una reflexión sobre la puesta en escena de una violación y la implicación de los intérpretes que participan. Cuando llegamos a este punto, ya hemos sido testigos de diversas conversaciones entre Coolidge y el equipo artístico del film donde comparten las propias visiones sobre el tema. La actriz protagonista, Michele Manenti, también ha sido víctima de violencia sexual en unas circunstancias similares a las de Coolidge, e incorpora su experiencia a la actuación. Y Carrington relata hasta qué punto reconoce en su personaje tanto las acciones de amigos y conocidos como algunos impulsos propios. En Not a Pretty Picture, Martha Coolidge convierte el proceso de creación de una película en el vehículo con el que su propia experiencia personal de la violencia sexual se convierte en un territorio de reflexión colectiva y política. Una perspectiva que comparte con otras cineastas de la época (Yvonne Rainer despliega una estrategia similar en Privilege) que encuentran en la conciencia de la performatividad una manera de hacer emerger la condición de privilegio, de rol o de violencia que mueve muchos de nuestros comportamientos supuestamente «naturales». También, como comprobamos al final, la película funciona igualmente como espacio para confrontar el trauma y poder verbalizar sus consecuencias.