Crítica — Reinas: Decir adiós es difícil

Nueva muestra de la vitalidad del cine latinoamericano hecho por mujeres, en este caso con una obra de la peruana Klaudia Reynicke. Vale la pena detenerse un poco en contar quién es esta directora. Nacida en Lima en 1976, abandonó Perú con 10 años para irse a vivir con su familia primero a Suiza y luego a Florida. Estudió cine en Nueva York y en Lausanne y se dio a conocer con el corto Great Expectations: NY en 2005. Sus dos primeros largos, Il Nido en 2016 y Love Me Tender, del 2019, se presentaron en el Festival de Locarno. Pero ha sido con Reinas, su tercera película, Gran Premio del Jurado de la Sección Generation Kplus de la Berlinale de este año, con la que por fin se ha atrevido a volver a su propia historia.

Era necesaria esta breve explicación biográfica para entender lo mucho que esconde emocionalmente este título. Klaudia está en las dos niñas protagonistas de este film de despedida y desarraigo. Hay algo suyo en la pequeña Lucía, más dispuesta a dejarlo todo por estar con su madre, y en la adolescente Aurora, menos predispuesta a abandonar su país, sus amigos, su mundo. Elena, la madre, no tiene tiempo de prestarles atención en esos momentos de crisis y de preparación de lo que se puede entender como una huida. No una huida sólo por razones políticas, también una huida por razones económicas y profesionales.

En este mundo de mujeres, donde la abuela, Susi Sánchez, juega un papel importante, irrumpe desde el pasado Carlos, el marido, el padre. En realidad lo ha llamado Elena: necesita que firme la autorización de salida de las niñas en una sociedad donde las mujeres no tienen ninguna autoridad. Carlos es fantasioso, imaginativo, vive en un mundo de sueños donde él siempre es protagonista. Su llegada, tomada con cierto recelo por las hermanas que no están acostumbradas a su presencia, provocará una conmoción en la familia.

Carlos es irresponsable, mentiroso, sin oficio, pero con él es imposible no divertirse. Elena, en cambio, es responsable, constante y está empeñada en irse. Entre estos dos polos se mueven las niñas, las reinas como las llama su padre. Mientras tanto, el país sufre una deriva autoritaria, el terrorismo está muy presente y el toque de queda impone un rigor en la vida doméstica. 

Klaudia Reynicke retrata este mundo con distancia, intentando no tomar partido por nadie, dejando que sean las hermanas las que conduzcan el relato. En realidad evita caer en el melodrama familiar y presta mucha atención al contexto social y político donde se sitúa esta familia de clase media que vive en cierto modo ajena a la catástrofe que se cierne sobre el país. La casa de la abuela es un refugio, la ciudad, Lima, está lejos. Pero llega un momento en que las niñas se topan con la realidad. Y esta es mucho menos agradable que la playa idílica donde el padre las lleva. 

Cuesta imaginar a otras Reinas que no sean Abril Gjurinovic y Luana Vega. Ellas son el gran descubrimiento del film. La química que hay entre ambas traspasa la pantalla y hace que el vínculo que las une sea mucho más creíble. Junto a ellas, Gonzalo Molina interpreta un Carlos frágil e inseguro en su apariencia de desfachatez y Jimena Lindo asume el papel más duro, el de Elena, la madre. 

Hay muchas maneras de hacer cine autobiográfico: desde el sentimiento y la emoción, desde la memoria, desde la perspectiva que da el tiempo pasado. Klaudia ha sabido encontrar un equilibrio entre estas tres formas de contar su propia historia. El resultado es una película conmovedora, con un protagonista masculino que es más que un estereotipo y cuatro personajes femeninos muy bien dibujados en sus contradicciones. Habrá que esperar a ver por dónde sigue su carrera esta directora peruana que toma el relevo de otra Claudia, Claudia Llosa.