Crítica — Un lugar común: La invisibilidad de una madre

Celia Giraldo es una directora muy joven. Estudiante de la ESCAC, se licenció en el 2019 con una participación en el film colectivo de su promoción, La filla d’algú, protagonizado por Aina Clotet, que no dudó en llamarla para que la acompañara como codirectora de tres capítulos de la estupenda Això no és Suècia. En el D’A Film Festival del 2019 presentó un corto, Te busco en todos, donde ya aparecía como protagonista una mujer de 50 años.

Quizás ese fue el origen del guión que ha acabado por ser su primer largometraje, Un lugar común. Aunque es bastante habitual que las directoras y los directores jóvenes miren su propia realidad y contexto para hacer sus primeras películas, Celia Giraldo tenía muy claro que no quería contarse a “ella misma”. Y por eso decidió explorar la vida de una familia lo más normal y cotidiana posible.

Pero a medida que escribía, el personaje de la madre iba ganando protagonismo y fuerza hasta convertirse en el centro del relato. Lo más curioso es que Pilar sea el centro justo cuando deja de existir tal y como ha sido hasta ese momento. Pilar tiene 50 años, una vida ordenada y rutinaria que no se cuestiona. Su familia la ve como algo que siempre ha estado ahí  y no le prestan demasiada atención. Tampoco se la prestan entre ellos, hay que reconocer que cada uno va a su bola sin saber nada o casi nada de los demás.

Pero el día en que Pilar se encuentra prejubilada antes de hora y con todo el tiempo del mundo por delante, se da cuenta de que no sabe qué hacer. Intenta ocupar un espacio, pero su casa, su ambiente, su familia, no están preparados para ubicarla en su nueva condición. Pilar deberá reinventarse.