Pepa Flores — De Marisol a Pepa Flores. Un cuerpo en transición
El estreno del documental 'Marisol, llámame Pepa', dirigido por Blanca Torres, nos permite acercarnos y analizar la imagen —icónica y compleja— de una de las estrellas femeninas más populares del cine español de los sesenta y setenta: Marisol, nombre artístico de la malagueña Pepa Flores. Tras dos décadas de intensa actividad profesional y asfixiante escrutinio mediático, Flores decidió, en 1985, retirarse de la vida pública, en un acto insólito de disidencia femenina.

El documental Marisol, llámame Pepa, que se estrena el 10 de mayo tras su paso por el Festival de Málaga, se inicia con un conjunto muy variado de personajes de la cultura española (Cristina Hoyos, Elvira Lindo, Nativel Preciado, Fernando Méndez-Leite o Amaia, entre otros) hablando de lo que fue la mayor incógnita de la edición número 34 de los premios Goya. Ese 25 de enero de 2020, la duda más grande por resolver no era qué película se haría con el máximo galardón, sino si Pepa Flores, a quien se le había concedido el Goya de Honor, aparecería en persona a recoger el premio. Es decir, si, años después de su desaparición pública, el cuerpo de Flores se haría, al fin, visible ante las cámaras televisivas. El milagro de la encarnación no sucedió; Pepa Flores, conocida también como Marisol, su alter ego fílmico entre 1960 y 1984, estuvo presente de forma subrogada, a través de sus tres hijas, María, Tamara y Celia, que recogieron el premio en su nombre.
La disolución mediática de Flores, su persistente voluntad en hacer desaparecer su cuerpo del escrutinio público, adquiere peso como gesto disidente si tenemos en cuenta —siguiendo las tesis de Aurora Morcillo Gómez en su libro En cuerpo y alma. Ser mujer en tiempos de Franco—, que el franquismo y la ideología nacionalcatólica que lo sustentaba hizo, justamente, del cuerpo femenino su campo de batalla moral y político. Durante las primeras décadas del franquismo, la censura cinematográfica troceó y diseccionó el cuerpo de las mujeres, eliminando de la pantalla —en un fuera de campo cargado de significado y de deseos apuntados e incumplidos— escotes, piernas, muslos o labios entreabiertos. Más tarde, durante el tardofranquismo y la transición democrática, el fenómeno acuñado con el nombre de “destape” seguiría colocando el cuerpo femenino como “sede simbólica de la tensión política y social en la que habría de verse inmersa España en los años que transcurrieron entre la muerte del dictador y la proclamación de una nueva constitución democrática […]. La España democrática se vio simbólicamente personificada en el desnudo y vulnerable cuerpo de una mujer”.