Márta Mészáros — Figura clave de la contracultura cinematográfica de la segunda mitad del siglo XX
La húngara Márta Mészáros, figura clave de la contracultura cinematográfica de la segunda mitad del siglo XX, fue la primera directora de la Europa central y oriental en recibir el premio a la trayectoria por su excelente obra en los 34 años de existencia de la Academia del Cine Europeo.
Márta Mészáros se ha dedicado toda su vida a representar a las mujeres independientes y complejas. Por eso, la definición que ella da de sus protagonistas, “mujeres libres que se encuentran ante una situación en la que deben tomar una decisión por sí mismas”, se le puede aplicar perfectamente a ella. Nacida en 1931 en Budapest, pasó su infancia en el Kirguistán ruso donde, en 1938, perdió a su padre, un reconocido escultor comunista, en una de las muchas purgas soviéticas. Tras la muerte de su madre, pasó buena parte de su infancia en un orfanato ruso. Esto lo acabaría plasmando en gran parte de su filmografía. Al terminar la guerra, regresó a Hungría y, en 1951, logró una beca para estudiar cine en la Escuela Superior de Cinematografía de Moscú, donde tuvo como profesores a grandes del cine soviético como Alexander Dovzhenko o Vsevolod Pudovkin; donde pasó por las mismas aulas que Otar Iosseliani, Kira Murátova, Serguéi Paradzhánov, Larisa Shepitko, Aleksandr Sokúrov o Andrei Tarkovsky; y donde se licenció en 1956.
Tras realizar numerosos cortos y trabajar quince años de documentalista en el noticiario oficial húngaro, en 1968 se convierte en la primera mujer en dirigir un largometraje de ficción en Hungría con La muchacha, una obra semiautobiográfica que pudo verse en la Seminci de Valladolid, donde ganó el premio especial del jurado. El filme explica cómo la trabajadora de una fábrica textil educada en un orfanato busca a sus progenitores. Esta ópera prima coincidió con un momento de profunda renovación del cine húngaro, similar al que tuvo la nouvelle vague francesa.
Siete años y tres filmes después, la línea maestra de su cine de personajes femeninos fuertes y transgresores, que crean modelos de relación alternativos, se concretó en su primera gran película, Adopción, con la que obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín en 1975, siendo la primera mujer que ganaba este galardón en dicho certamen.