Claire Denis — Cine físico, cine comprometido, cine mestizo
Cuando está cerca de comenzar una nueva edición del Festival de San Sebastián, aprovechamos para publicar una entrevista-retrato de Claire Denis, la directora francesa con la que tuvimos ocasión de hablar cuando fue presidenta del Jurado Internacional del festival del 2023.
“Poco a poco le fui perdiendo el miedo a decir en voz alta:
‘Quiero hacer películas’.
Me di cuenta de que podía.
En mi cabeza el pensamiento no era ‘lo haré’, era ‘lo deseo’”.
(Claire Denis)
Claire Denis tiene 78 años. No lo parece, ni físicamente, ni por su capacidad de seguir haciendo un cine muy personal. Un cine que nace de sí misma, de su experiencia vital. Porque la vida de Claire Denis también daría para hacer una película. Nació en el París de la posguerra, en 1946. Su padre, funcionario público de la república, estuvo destinado en distintos países del África colonial francesa, Burkina Faso, Somalia, Senegal, Camerún. Allí donde le mandaban, iba su familia, su mujer y sus hijas, Claire y su hermana pequeña. Esta infancia anómala le ha dejado a la directora dos huellas para toda la vida: una, la del desarraigo, la otra la de la añoranza. Dos sentimientos que afloran en todas sus películas, especialmente las primeras. De su cine, de su vida y de su trabajo hablamos con ella el año pasado en el Festival de San Sebastián donde era la presidenta del Jurado Internacional que otorgó la Concha de Oro a O Corno, de Jaione Camborda, una película muy física que conecta con el cine que más le gusta a esta inclasificable directora.
Como jurado, me siento en medio de la familia del cine y me siento muy bien. Intento hacerlo lo mejor que puedo. No ser demasiado rígida, tener la mente abierta y compartir con los otros miembros del jurado todo lo que podamos porque estar juntos es algo estupendo. El cine empezó para mí como espectadora. Ver películas es la razón por la que estoy ahora aquí y por la que hago cine. Por eso no siento que estoy al otro lado.
En realidad, el mundo de los festivales le resulta muy familiar a Claire Denis. Sus películas han estado seleccionadas y premiadas en numerosos certámenes internacionales. Su ópera prima, Chocolat, estuvo en el Festival de Cannes de 1988, al que ha vuelto en dos ocasiones más, en 2013 con Los canallas, en Un certain regard, y en 2022 con Las estrellas al mediodía, con la que ganó el Gran Premio del Jurado. Ha estado en la Mostra de Venecia con Una mujer en África y El intruso. En la Berlinale del 2022 ganó el Oso de Plata a la mejor dirección por Fuego. Pero su primer gran premio fue en el Festival de Locarno en 1996 con Nénette et Boni. En cuanto a los festivales españoles, Claire Denis ganó el Premio Especial del Jurado del Festival de Gijón en el 2008 por 35 tragos de ron y el Premio Fipresci en el Festival de San Sebastián con High Life en el 2018. En el 2012, el D’A Film Festival de Barcelona dedicó una completa retrospectiva a Claire Denis donde se pudieron ver muchos de los films inéditos en nuestras pantallas. Pero a pesar de este abrumador palmarés, Claire Denis tiene muy claro lo que significa dar y recibir un premio.
Es muy bonito poder entregar un premio, si lo haces con honestidad. Recibir un premio es diferente. Se supone que debes estar contento, pero no es del todo cierto. Recibir un premio me obliga a cuestionarme a mí misma. Honestamente pienso que darlo es mejor.
Claire siempre ha reconocido que descubrió el cine muy tarde. Durante su infancia africana y nómada no era fácil ver ningún tipo de cine, y sólo lo disfrutaba cuando en verano iba a casa de sus abuelos.
Hasta donde yo recuerdo, no veía películas de niña porque vivía en un país donde no había cines. Recuerdo cuando descubrí el cine, en casa de mis abuelos, cuando volvíamos a Francia. Tuve la suerte de que mi madre fuera también una adicta al cine y nunca me impidió verlo todo, ¡incluso algunas cosas para las que quizás era demasiado joven!
Claire Denis vivió en distintos países de África hasta la adolescencia. Su memoria de esta época ha quedado reflejada en dos películas: la primera de su filmografía Chocolat, de 1988, es un relato de la infancia de una niña blanca en el Camerún colonial donde la minoría negra es sometida por un orden que la niña acepta como natural. Sólo se lo cuestionará cuando, desde su posición de mujer adulta, revisa ese periodo y se da cuenta de las injusticias del colonialismo. Hay otra película donde África está presente, Una mujer en África, realizada casi veinte años más tarde, en el 2009, donde Isabelle Huppert es el white material, material blanco del título original, una terrateniente que se niega a renunciar a sus tierras y posesiones frente a una revuelta de los indígenas. En estos dos films, el paisaje africano es dominante, pero la realidad de África aparece en muchos de sus trabajos de los años 90, sobre todo de la mano de uno de sus actores fetiches, Isaach de Bankole.
Foto: Jorge Fuembuena
Foto: Jorge Fuembuena
Foto: Alex Abril
Pero no nos adelantemos, de momento tenemos a la joven Claire instalada en Francia, en una ciudad de la periferia. El cine, que había descubierto de la mano de su abuelo en los veranos que pasaba en París, le había dejado un deseo: ver más.
Mi abuelo me llevó a ver Guerra y paz, con Audrey Hepburn. Estaba deslumbrada con lo que veía, pero quizás la que más me impresionó fue Quo Vadis. Mi abuelo estaba convencido de que no debía ver sólo películas infantiles. Un amigo de mi padre me llevó a ver Pather Panchali de Satyajit Ray, en un cine club. Recuerdo muy bien este film porque tenía la misma edad que el niño protagonista.
Ver películas es lo que más me gusta, viajar es mi vida, son mis padres, pero ver películas cambió mi vida, ver películas es una experiencia. Viendo películas me di cuenta del secreto de las relaciones, del deseo, del miedo o cualquier otra emoción de la vida real. Una buena película saca lo mejor de ti. Cuando tenía 15 años, vivíamos en un suburbio y una tarde una amiga mía y yo cogimos el tren y fuimos a París. Vimos De repente el último verano, en esa época no conocía a Tennessee Williams. Pero en cierto modo, mi amiga y yo entendimos la película, entendimos en qué forma este joven usaba a su pobre prima para atraer a otros jóvenes. Sentíamos cuál era el tema, pero no estábamos seguras del todo. Recuerdo las horas perdidas en mi cama reviviendo los misterios que había visto en ese ser humano. Más tarde, cuando leí a Tennessee Williams o a William Faulkner, me di cuenta de que en Francia había una aproximación más lógica de las emociones. Los dos escritores son del sur de Estados Unidos y describen emociones secretas.
Su adolescencia en una ciudad satélite parisina quedó reflejada en uno de sus títulos menos conocidos, Us Go Home, de 1994, ambientado en el año 1964 cuando Claire tenía 18 años, llevaba seis años viviendo en Francia y se sentía un poco desubicada después de haber crecido en África. En 1964, Claire vivía en Saint-Germain-en-Laye, un barrio de nueva construcción a veinte kilómetros de París, cerca de una base americana. Cuando le propusieron a la Claire de 48 años que hiciera un capítulo de la serie Tous les garçons et les filles de leur âge recordando algún momento de su adolescencia, la directora decidió volver a su barrio para ambientar la historia de Martine, Alice Houri, su hermano Alain, Grégoire Colin, y su amiga Marlène, Jessica Tharaud. Esa fue su primera colaboración con Grégoire Colin, un actor que prácticamente descubrió y con el que ha seguido trabajando de manera intermitente hasta su último film, Fuego, del 2022.
Claire empieza la carrera de económicas y se casa muy joven. Pero no le gusta su vida y, con el apoyo de su marido, decide probar el cine y se apunta al IDHEC, la escuela de cine más prestigiosa de Francia.
Nunca pensé en convertirme en directora. Tenía miedo incluso de decir la palabra. Pensaba: «Es imposible, es imposible», y poco a poco me fui convenciendo, en la universidad y en la escuela de cine. Aunque me casé muy joven, tuve la libertad de ir a la escuela de cine. Quería probarme a mí misma. Y poco a poco le fui perdiendo el miedo a decir en voz alta: “Quiero hacer películas”. Me di cuenta de que podía. En mi cabeza el pensamiento no era “lo haré”, era “lo deseo”. Ese fue el primer escalón. Cuando empecé a hacer cine probablemente estaba asustada, no me arrepentía, pero quizás pensaba que había algo que podía hacer mejor.
Su paso por el IDHEC (el Instituto de Estudios Superiores Cinematográficos de París) le dio seguridad para trabajar en el cine, donde empezó desde abajo, como ayudante de dirección de autores que le habían gustado como espectadora: Jacques Rivette, del que aprendió a “tener una perspectiva moral”; Jim Jarmusch, al que acompañó en Down by Law en 1986, o Wim Wenders, con el que estuvo en París, Texas de 1984 y en Las alas del deseo, de 1987, donde conoció a Agnès Godard, ayudante de cámara en el film de Wenders y su más fiel compañera como directora de fotografía de casi todas sus películas.
Nunca miro lo que se filma en un monitor. Necesito estar muy cerca de la cámara, sentir la cámara. Estar sentada delante de un monitor para mí es algo terrible. Con Agnès, sé cuando está contenta con un plano y sé cuando no lo está. Puede ser por un problema de foco o por cualquier otra cosa. Con Eric Gautier, con el que he hecho dos películas, es completamente distinto. Con Agnès siento su energía cuando trabajamos juntas, es muy importante. Es como estar juntas con un actor o una actriz, es compartir algo durante el rodaje del plano. Mirar el resultado en un monitor en otro lugar, es algo triste.
VER PELÍCULAS CAMBIÓ MI VIDA, VER PELÍCULAS ES UNA EXPERIENCIA. VIENDO PELÍCULAS ME DI CUENTA DEL SECRETO DE LAS RELACIONES, DEL DESEO, DEL MIEDO O CUALQUIER OTRA EMOCIÓN DE LA VIDA REAL. UNA BUENA PELÍCULA SACA LO MEJOR DE TI.
Claire no se engañaba, sabía que hacer cine era complicado. Hacer cine es duro y a veces doloroso, es lento y nunca es fácil. Y este esfuerzo es también parte de la adicción, tanto como saber que un film no existe sólo con un guion, la película sólo existe cuando se rueda, se monta, se mezcla el sonido. Es entonces cuando puedes decir que hay una película. Pero esta sensación es un extraño camino lleno de ansiedad, miedo, confianza, conexiones, sorpresas. Esa es la complejidad del cine.
Hacer una película debe ser algo salvaje y un poco ingenuo, las dos cosas. No soy buena espectadora de mi misma. Tengo que ser genuina o si no, pierdo mi energía. Nunca he sentido que empezaba una carrera, siempre pensé que el primer film sería el último, vino un segundo y me dije: «¡Guau!», pero a lo mejor este es el último. Nunca tuve la sensación de estar haciendo una carrera.
Quizás no tuvo la sensación, pero la ha hecho. Desde su debut en el film colectivo Chroniques de France, en 1964, hace ahora sesenta años, su cine se ha ido forjando en el aprendizaje y en la experiencia. El salto a la dirección lo dio en 1988 con Chocolat, cuando ya tenía 42 años. Desde entonces ha hecho más de treinta películas entre ficción, documentales y los films colectivos en los que ha trabajado. Fiel a un equipo con el que se siente cómoda, le gusta repetir con sus actores. Grégoire Colin, al que descubrió en US Go Home y con el que repitió en Nenette et Boni y en Buen trabajo de 1999, sin duda uno de sus films más emblemáticos, aparece en El intruso de 2004, 35 tragos de ron, de 2008 y Fuego, del 2022. Colin es, junto con Isaach de Bankolé, la imagen masculina de su cine, como Juliette Binoche es la imagen femenina, su alter ego en cierto modo, en algunos de sus film más importantes, especialmente Un sol interior y Fuego. Con todos ellos ha sabido crear un ambiente de confianza absoluta.
Hagas lo que hagas, no hay otra forma de trabajar que confiar, la confianza es algo que tienes que compartir. Por ejemplo, pienso en las escenas de sexo donde tienes que tener una persona que haga de coach de intimidad. Nunca he necesitado a nadie con esta función porque nunca le he pedido a un actor o una actriz algo que no quisieran hacer. Tengo que estar con ellos y ellas, porque también me avergüenzo. Si no compartiera con ellos y ellas esta vergüenza, me sentiría culpable. Quiero estar avergonzada con los actores y actrices, y quiero sentir el miedo a la cámara, estar preocupada por la luz, por el ruido, porque voy con retraso. Ansiosa con todo, pero con ellos y ellas.
Sin duda es esta proximidad la que le permite hacer un cine profundamente físico. Su manera de mirar el cuerpo, el rostro, es muy sensorial. Para Claire Denis el lenguaje del cuerpo, de la piel, de los movimientos es tanto o más importante que el de las palabras. Nunca ha tenido miedo a mostrar el deseo y la intimidad, en definitiva, el sexo, con una poética que se desprende de la entrega de los cuerpos de sus actores y actrices. Y no sólo en secuencias de sexo, el calor en muchas de sus películas juega un papel importante, o el alcohol y sus efectos. El acento en lo sensual y en lo físico es uno de sus rasgos más reconocibles. Como lo es el mestizaje, la mezcla constante en su cine. Mezcla de razas, de pieles, de cuerpos, de religiones, de países. Y mezcla de géneros. A Claire Denis no le asusta contar una gran historia de amor en medio de un conflicto bélico.
Atenta a los cambios de su tiempo, tanto los sociales, como los tecnológicos, Claire se ha acercado al cine digital en una curiosa experiencia que cada año propone el festival coreano de Jeonju, el Jeonju Digital Project. En el 2011, los tres autores invitados a hacer un film digital fueron Jean-Marie Straub, José Luís Guerín y Claire Denis. Su aportación se tituló Aller au Diable y en la información que daba el D’A Film Festival del 2012, donde se le dedicaba una retrospectiva, se puede leer: “Claire Denis viaja a América para dar otra vuelta de tuerca a las consecuencias del colonialismo. En esta ocasión se adentra en las selvas de Surinam para conocer a Jean Bena, un controvertido propietario de explotaciones mineras sobre quien quiere rodar una película de ficción. En una de sus obras más ensayísticas, la directora profundiza en la historia de los aluku, la tribu a la cual pertenece Bena. Estos descendientes de los cimarrones, los esclavos negros que consiguieron huir de sus explotadores blancos, todavía prefieren vivir aislados en los bosques a trabajar en condiciones pésimas en las minas.”
Este film casi experimental deja claras dos de las preocupaciones más acuciantes de Claire Denis: el mal uso del cine digital y la deriva hacia la ultraderecha en el mundo.
Recuerdo que se decía que con el digital sería más fácil hacer cine. De hecho no es tan simple. Mi sentimiento es que parece más fácil, pero no lo es. Una película necesita un punto de vista, sea en digital o en celuloide. Y creo que quizás, por culpa del ordenador, no estoy muy segura, el acceso es más fácil y eso produce algo muy extraño. Cada vez hay menos dinero para el rodaje y preparación, y cada vez hay más dinero para la posproducción, efectos visuales, de sonido, de color. A veces tengo la sensación de ver películas que no tienen dirección.
Cuando era una niña viajaba con mis padres y mi hermana, y me siento muy feliz por haberlo hecho. Tuve una visión del mundo, no es que sea una persona mejor por eso, pero mi visión es más amplia, y creo que si no consigo expresar esto en mis películas no he conseguido nada. El mundo es cada vez más una mezcla y no hablo del terrible problema de la inmigración en Europa y en Estados Unidos. Creo que para vivir juntos, compartir un mundo sin miedo es muy importante. Ahora mismo pienso que hay mucho miedo, algo que me parece obsceno. Miedo a recibir a esta pobre gente, miedo a las otras culturas. Probablemente esto existía hace tiempo. El racismo no es algo que haya aparecido ayer, pero no este miedo. Esperaba que cuando dijéramos adiós al siglo XX, el siglo XXI sería más abierto, pero cuando veo todos estos gobiernos de derechas con más poder, siento como si mi mundo estuviera arruinándose.
Para ser justos, no podemos acabar un retrato de una de las directoras más influyentes del siglo XXI sin reconocer su papel de referente para muchas de las jóvenes directoras francesas o europeas. Claire Denis, junto con Chantal Akerman y sin duda Agnès Varda, es una de las que siempre citan en las entrevistas, un modelo. A ella no le gusta mucho que se le diga esto, pero no oculta que algunas de estas directoras son amigas suyas.
Conozco a algunas de ellas, algunas son mis amigas. Me siento feliz de conocerlas y compartir con ellas. Mati Diop, por ejemplo, me sentí muy feliz cuando ganó el premio en Cannes. Otra Diop, Alice Diop también, es una buena amiga. Las dos son mujeres que me inspiran mucho. La conexión con Mati y Alice empezó hace tiempo. Alice me pidió que viera sus cortos y Mati actuó en una de mis películas, tengo una conexión familiar con ellas.
Claire Denis es una de las grandes directoras de nuestro tiempo, una figura destacada del cine contemporáneo. Una mujer respetada, admirada, creadora de un cine fundacional, esencial y emblemático. Desde Filmtopia queremos reconocer su aportación al cine hecho por mujeres y su claro posicionamiento en el mundo, la perspectiva moral que aprendió de la mano de Jacques Rivette.
Foto: Gari Garaialde
Foto: Montse Castillo
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