Cannes 2024 — Las mujeres protagonizan el arranque del Festival de Cannes
No hacía falta que nadie sufriera por la proyección de Moi aussi, de Judith Godrèche, un corto incorporado a última hora en la programación de Cannes y proyectado en la ceremonia de inauguración de Un certain regard, la hermana pequeña de la competición oficial, porque la pieza se mueve más en el campo de la alegoría a través de una estética publicitaria de pretensiones poéticas que en el territorio de la denuncia o de la publicación de testimonios. La película arranca con una imagen medio abstracta que va concretándose en una figura femenina, una bailarina que expresa a través del movimiento lo que no puede articular con palabras. La joven continúa su coreografía en medio de un grupo de personas que avanzan por una avenida parisina y tampoco son capaces, en principio, de alzar su voz. Son un millar de los 5000 testigos que contactaron con Godreche a través del correo que puso a disposición de cualquier víctima de abusos. Hay en la película una clara voluntad de funcionar como encuentro catártico a través de la performance para tantas víctimas que han sufrido una situación similar, pero algunas de las decisiones de Godrèche en el film generan dudas. Resulta difícil no leer el papel de la bailarina toda vestida de blanco, interpretada por su propia hija, que se singulariza respecto al colectivo y logra que el grupo general acabe desinhibiéndose, como una proyección de la propia figura de Godrèche. Ciertamente, la directora ha tenido un papel clave en el MeToo francés, pero quizás tampoco debe convertirse en la protagonista metafórica y salvadora de su film sobre el tema. Y cuando se incorporan las voces de los testimonios, se hace a través de discursos fragmentados que se mezclan no tanto en una «polifonía» como en una confusión indistinguible de datos, como si las experiencias individuales de las personas anónimas no tuvieran suficiente importancia como para otorgarles un peso específico. El resultado de todo ello parece una operación de diplomacia: Godrèche ha traído una película de autohomenaje a Cannes, y Cannes se ha alineado oficialmente con el MeToo, sin molestar a nadie.
Por otra parte, la competición oficial se inauguró el martes con una ceremonia ilustrativa de las contradicciones que arrastra el Festival de Cannes. La gala se volcó en el homenaje sincero a dos figuras femeninas del cine estadounidense, la presidenta del jurado, Greta Gerwig, y la receptora de una Palma de Oro honorífica, Meryl Streep, a la que Juliette Binoche dedicó un sentido homenaje. El pistoletazo de salida en femenino dio paso a la proyección de Le deuxième acte, una nueva comedia meta y juguetona de Quentin Dupieux, especialmente gloriosa a la hora de llevar al campo del humor a los intérpretes, pero que también banaliza, desde de una supuesta mirada crítica y «políticamente incorrecta», cuestiones como la cultura de la cancelación, la transexualidad y el abuso de las mujeres en el cine.
La competición ha arrancado con Diamant brut, la única ópera prima que aspira a la Palma de Oro, dirigida por la francesa Agathe Riedinger, un drama en torno a la capitalización de la imagen en las redes sociales como forma contemporánea de ascenso social. Liane (la debutante Malou Khebizi) invierte lo poco que gana revendiendo productos que manga en los centros comerciales en construirse un cuerpo que le permite triunfar en Tik Tok. Una llamada para realizar una audición para un reality show le cambia la vida. La joven ve en este programa la única posibilidad de escapar de su vida precaria. Riedinger dibuja a través de esta Rosetta del siglo XXI con la estética de «epic nails» una manifestación propiamente contemporánea de una subcultura de la hiperfeminidad que se inscribe en un contexto de clase obrera, se manifiesta a través de las redes, y arrastra una flamante contradicción. La protagonista, a quien le gustaría ser «la Kim Kardashian francesa» es una joven determinada e independiente que sin embargo no cuestiona la explotación del propio cuerpo como único vehículo para conseguir sus sueños. La película encuentra sus mejores momentos cuando deja a Liane expresarse como tal, y no la pone al servicio de un discurso tan pertinente como obvio sobre los peligros de comercializar la propia imagen, la disociación de la realidad que generan los «likes» en las redes y las falsas narrativas trascendentes que crean los formatos televisivos. Eso sí, el final está suficientemente abierto al debate.
AGATHE RIEDINGER DIBUJA EN DIAMANT BRUT UNA ROSETTA DEL SIGLO XXI CON LA ESTÉTICA DE «EPIC NAILS», UNA CHICA CON TODA LA DETERMINACIÓN PARA SALVARSE A ELLA MISMA A TRAVÉS DE LA EXPLOTACIÓN DE SU IMAGEN EN LAS REDES Y EN LA TELEVISIÓN.
La inauguración de la Quincena de realizadores se ha convertido en un homenaje a Sophie Fillières, la directora del filme de apertura, Ma vie ma gueule, que murió a los 58 años en julio de 2023 nada más terminar el rodaje, y dejó el montaje en manos de François Quiqueré y de sus hijos, Adam y Agathe Bonitzer (también actriz, protagonista de Música de Angela Schanelec). Pero ya desde el título queda claro que estamos ante una obra profundamente personal, con Agnès Jaoui en el papel de Barbie (ella odia lo poco que le corresponde este nombre, Barberien es el oficial), una mujer de 55 años en plena crisis de madurez, que vive con la sensación de que ya no forma parte de la narrativa de nadie o que no tiene nada que ver con aquellos que sí quieren implicarla en su vida. La película arranca con la protagonista buscando el tipo de letra más adecuado para escribir su autobiografía, una búsqueda que se extiende a todo el tono de Ma vie ma gueule. Resulta inevitable sentir el peso de la muerte a lo largo del film, pero Fillières rehúye cualquier dramatismo y no pretende llegar al típico momento de catarsis emocional. Más bien bascula de forma voluntaria entre distintos registros: un regusto por lo absurdo y lo inesperado, una comedia del desencaje que Jaoui, en un papel extraordinario, ejecuta de forma conmovedora, y el vitalismo moderado de quien quiere seguir adelante para encontrar su sitio en el mundo. A su manera, Barbie es una Cléo a los 55 años que emprende un trayecto marcada por el ángel de la muerte (que toma la apariencia de un irreconocible primer amor) para acabar reconciliándose consigo misma.