Crítica — Saint Omer: La muerte y la distancia
En este drama judicial, Alice Diop reinterpreta de forma libre el mito de Medea.
Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly (Saint Omer)
Año 2022
País Francia
Dirección Alice Diop
Guion
Alice Diop
Marie NDiaye
Amrita David
Producción
Srab Films
Arte France Cinéma
Pictanovo
Reparto
Kayije Kagame
Guslagie Malanda
Valérie Dréville
Aurélia Petit
Xavier Maly
Robert Cantarella
Fotografía Claire Mathon
Montaje Amrita David
Música Thibault Deboaisne
Distribución Surtsey Films
Duración 122 min
Fecha de estreno 3 de marzo de 2023
Sinopsis
Tribunal de Saint Omer. La joven novelista Rama asiste al juicio de Laurence Coly, una mujer acusada de matar a su hija de 15 meses al abandonarla en una playa del norte de Francia. A medida que avanza el juicio, Rama pondrá en duda sus propias convicciones ante las respuestas y la actitud de la acusada.
Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly (Saint Omer)
Año 2022
País Francia
Dirección Alice Diop
Guion
Alice Diop
Marie NDiaye
Amrita David
Producción
Srab Films
Arte France Cinéma
Pictanovo
Reparto
Kayije Kagame
Guslagie Malanda
Valérie Dréville
Aurélia Petit
Xavier Maly
Robert Cantarella
Fotografía Claire Mathon
Montaje Amrita David
Música Thibault Deboaisne
Distribución Surtsey Films
Duración 122 min
Fecha de estreno 3 de marzo de 2023
Sinopsis
Tribunal de Saint Omer. La joven novelista Rama asiste al juicio de Laurence Coly, una mujer acusada de matar a su hija de 15 meses al abandonarla en una playa del norte de Francia. A medida que avanza el juicio, Rama pondrá en duda sus propias convicciones ante las respuestas y la actitud de la acusada.
En el año 2015, Fabienne Kabou fue acusada de abandonar a su hija de 15 meses junto a la playa de Berck-sur-Mer una noche de marea creciente. A la mañana siguiente, un pescador encontró el cuerpo sin vida de la niña, todavía sentada en su silla de paseo. Los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y la por aquel entonces documentalista Alice Diop decidió asistir como espectadora al juicio de Fabienne. Aquellas imágenes devinieron una obsesión para la directora, se instalaron en su memoria y se acabaron convirtiendo en el germen de Saint Omer, su aclamado debut en el largometraje de ficción. Ficción basada, eso sí, en un hecho perturbadoramente real. Al enterarse de la noticia, Diop empezó a investigar sobre esta misteriosa mujer y las posibles motivaciones que la llevaron a cometer un acto tan atroz. Los detalles, cuanto menos, resultaban desconcertantes: su origen senegalés, su elocuencia al hablar, su coeficiente intelectual de 150, una maternidad llevada en absoluto secreto (nadie parecía saber de la existencia de la niña), una frialdad imperturbable y unas sorprendentes acusaciones de brujería eran las piezas de un extraño puzle que nadie era capaz de resolver.
Pero la única protagonista del filme no es esta madre acusada de asesinato. Dicho personaje comparte protagonismo, de hecho, con el personaje de Rama: una profesora, también de origen senegalés, que decidirá presenciar el juicio como parte de su proceso de investigación para escribir un texto ensayístico sobre el mito de Medea.
Rama da clases en la universidad. Mientras muestra a sus alumnos unas imágenes de mujeres siendo rapadas durante la guerra, lee en voz alta un texto escrito por Marguerite Duras. En concreto, un fragmento de Hiroshima monamour. La cámara, además de mostrarnos a las mujeres mientras rapan sus cabezas, pone el foco en algunas de las alumnas que observan dichas imágenes, conteniendo su conmoción mediante un rostro que se pretende impávido sin acabar de lograrlo. Duras será, precisamente, el tema central que estudiarán a partir de ahora. «La manera en que la escritora utiliza el poder de su narrativa al servicio de la sublimación de lo real», esas son las palabras que utiliza Rama al explicarlo.
Las palabras serán también las vertebradoras principales de un filme como Saint Omer. Palabras que fluyen a través del metraje con calma y sin estridencias, pero de modo contundente e irreversible, sin prisa, pero sin pausa, tan inevitables como la corriente de un río. Palabras que narran y describen, pero también palabras que ocultan, que silencian, que interpretan, que subliman o distorsionan. Palabras que son como heridas abiertas, como clavos ardiendo, como nudos en la garganta, como detonadores a punto de ser accionados. Palabras que, cuando un hecho forma parte ya del pasado, se convierten a veces en lo único que nos queda. Palabras a las que un tribunal intenta aferrarse a toda costa, en busca de una verdad tal vez inaccesible.
Como una suerte de alter ego de la directora, el personaje de Rama escucha y observa con atención las palabras y los gestos de la madre infanticida y cultivada estudiante de filosofía. Como Hannah Arendt, Susan Sontag o Marguerite Duras, el personaje de Rama pretende reflexionar con sus escritos sobre el origen, las circunstancias y las motivaciones que dan lugar a hechos que, vistos desde fuera, nos parecen inconcebibles. «¿Sabe usted por qué mató a su hija?», pregunta la jueza en un verdadero y vano intento de comprender la atrocidad cometida. «No lo sé», responde la acusada con un imperturbable hieratismo. Ante este tipo de declaraciones mantener la distancia es difícil, y a medida que la película avance, las contradictorias y desconcertantes palabras de la acusada acabarán afectando a Rama que, embarazada de cuatro meses, verá como sus emociones se desbordan y su relación con el mundo y aquellos que la rodean (su pareja, su madre…) se empieza a tambalear cada vez de un modo más evidente. Pero la vida de Rama, eso sí, no era perfecta antes de asistir al juicio. La inquietud ya estaba ahí, en su interior, plantada como una semilla que sabemos acabará por crecer. No en vano, el filme empieza con una pesadilla de Rama en la que llama a su madre de modo repetido y angustiado.
“UN ACERCAMIENTO A LA FICCIÓN QUE SIGUE LIGADO DE MODO INEVITABLE AL DOCUMENTAL Y A UNA IRREFRENABLE NECESIDAD DE REFLEXIONAR SOBRE UN CONTEXTO EN EL QUE LAS DIFERENCIAS SOCIALES Y ECONÓMICAS SIGUEN ESTRUCTURANDO EL MUNDO Y PERPETUANDO LAS INJUSTICIAS”
A menudo, las películas ambientadas en juicios y basadas en hechos reales recurren al maniqueísmo y manipulan las emociones del espectador mediante el uso de ciertos códigos y manidos lugares comunes: la música, la caracterización de los personajes, las inflexiones de su voz durante las declaraciones, las lágrimas, el afán de denuncia o de justicia poética, los giros de guion sacados de alguna manga misteriosa en el último momento… Por suerte, el camino elegido por Alice Diop en Saint Omer es diametralmente opuesto. Se trata de un filme con una puesta en escena –aparentemente– fría, milimétrica y austera, carente de ornamentos y casi podríamos decir que minimalista (aunque con ciertos matices). La cámara, que gran parte del tiempo opta por no moverse, encuadra a los personajes desde una frontalidad avasalladora y mediante tomas agotadoramente largas. Los personajes, durante dichas secuencias, hablan, hablan y hablan. Sabemos que la acusada es la asesina de la niña y en ningún momento dudaremos de su culpabilidad. En un caso como este no hay spoiler posible. Pero, aun así, sus palabras nos hipnotizan, el horror hace que no podamos cerrar los ojos ni dejar de escuchar sus declaraciones. Poco a poco, iremos conociendo todos los detalles de su vida, infancia incluida. En contra de lo que podamos esperar, ningún hecho de su pasado justificará el delito cometido, al menos, aparentemente.
Tanto sus testimonios como los del resto de declarantes están directamente inspirados en las actas del juicio real, el bagaje como documentalista de Diop se evidencia en detalles como este. Las declaraciones se suceden, una tras otra; pero los personajes, intimidados por la frontalidad de la cámara, a menudo desvían su mirada ligeramente para hacer las declaraciones. Porque relatar según qué historias mirando al frente todo el tiempo puede llegar a ser inaguantable, y la narración del horror puede ser más difícil de soportar que el horror en sí (ya lo demostró Rithy Panh hace una década en La imagen perdida). Por el estrado pasarán no solo la madre infanticida, sino también una de sus profesoras, la abuela y el padre de la niña fallecida. Escucharemos la agitada respiración de Rama y la música añadirá un contrapunto sensorial a una calculada puesta en escena en la que absolutamente nada es casual; ni la duración de los planos, ni los gestos de los personajes, ni las palabras que se pronuncian, ni las palabras que se callan. Porque leer entre líneas es, en este caso, quizás lo más importante.
¿Qué es ser madre? ¿Cómo sabe una mujer si se siente preparada para serlo? ¿Por qué la sociedad sigue empeñada en idealizar un proceso tan complejo como es la maternidad? ¿Por qué se silencian los cuestionamientos, los arrepentimientos, las disidencias y las dudas? ¿Hasta qué punto la relación con nuestras madres puede determinar la relación que posteriormente tengamos con nuestros hijos? ¿Puede un testimonio incompleto ser un testimonio verdadero? ¿Puede una declaración sincera faltar a la verdad? ¿Sabemos acaso qué es la verdad?
“Vull veure més dones directores...sense elles, la resta no coneixerem tota la història”
Las palabras de todos los personajes, más que completar el puzle, lo volverán, si cabe, más inconcluso, más irresoluble. Tan irresoluble será este caso que la misma directora optará por no mostrarnos el veredicto del jurado. ¿Culpable? ¿Inocente? ¿Importa acaso lo que diga el jurado? ¿No lo sabemos ya? ¿No es justamente el hecho de no juzgar directamente a sus personajes uno de los mayores logros de Saint Omer?¿No es acaso la observación minuciosa, la escucha atenta y la reflexión posterior aquello que Diop exige a sus espectadores? ¿Y no sería en el fondo dicho veredicto un impedimento para lograrlo?
Más allá de que Saint Omer pueda ser clasificada (de modo algo precipitado y superficial, eso sí) como una película «de juicios», la exigente propuesta de Diop es también un filme con múltiples capas, una reflexión –en absoluto idealizante– sobre la maternidad y sus contradicciones, la constitución de la identidad o la condición de la mujer inmigrante. Una obra que, hasta el momento, se ha llevado tres premios en el Festival de Venecia (premio Luigi de Laurentiis a la mejor ópera prima, gran premio del jurado y Edipo Re Inclusivity Award), el premio César a la mejor ópera prima o el Giraldillo de Oro en el Festival de Sevilla, además de numerosos premios en reconocidos festivales internacionales.
Ya en sus anteriores documentales, Diop puso el foco en aquellas personas marginadas y racializadas que el resto de la población tiende a invisibilizar: un actor negro rodeado de blancos en una prestigiosa escuela de arte dramático (La mort de Danton, 2011), refugiados enfermos que son atendidos en un hospital de París (La Permanence, 2016) o trabajadores del sector industrial que toman el primer metro o tren de la mañana para ir a trabajar (Nous, 2021). En su obra documental, podemos percibir ecos sutiles de Frederick Wiseman, pero Saint Omer, en realidad, no es más que una evolución lógica y coherente de su obra anterior. Un acercamiento a la ficción que sigue ligado de modo inevitable al documental y a una irrefrenable necesidad de reflexionar sobre un contexto en el que las diferencias sociales y económicas siguen estructurando el mundo y perpetuando las injusticias.