Crítica — Vidas pasadas: Unidos a través del tiempo

¿Qué tiene Vidas pasadas, primera película de la cineasta de origen coreano Celine Song, para haberse convertido en el film sorpresa del año? No es tan difícil contestar a esta pregunta: Vidas pasadas tiene encanto, delicadeza, amor, amistad, fidelidad y mucha comprensión del otro. Es una película romántica casi como las de antes, en realidad se puede trazar una línea que podría nacer en Tu y yo de Leo MacCarey en el año 1957, continuar con Deseando amar de Wong Kar Wai en el 2000 y acabar en Vidas pasadas de Celine Song. Una línea de cine oriental, pero profundamente americano.

La historia empieza en un bar donde vemos sin escuchar a una mujer y un hombre coreanos hablando mientras otro hombre, americano, los observa con curiosidad. No sabemos quiénes son, sólo somos testigos de la complicidad entre la pareja oriental y el respeto del hombre americano. Enseguida los conoceremos. Nora, la hermosa Greta Lee en la edad adulta, se marchó de su Corea natal cuando tenía diez años. Su familia se fue a vivir a Canadá. Nora, que aun no se llamaba Nora, dejó allí un amigo, Hae Sung, un niño con el que tiene una extraña conexión, no exactamente amor, más complicidad que otra cosa. Doce años después, cuando Nora ya es Nora y está intentando convertirse en dramaturga, busca a Hae Sung en las redes (este simple hecho data la película en nuestra contemporaneidad) y lo encuentra. Establecen un contacto fugaz en el que ambos se reconocen, pero que resulta imposible de mantener. Vuelven a separarse. Pasan otros doce años en los que Nora ha conocido a Arthur y Hae Sung se ha casado. Pero ahora, tras un divorcio difícil, ha decidió viajar a Nueva York y reencontrase con Nora. Este es el contexto de esa escena en el bar.

Durante dos días, Nora y Hae Sung hablan, pasean por los parques, recuerdan su infancia y comparan sus vidas. ¿Podrán volver a empezar? ¿Qué habría pasado si…? Celine Song responde a esta pregunta con una transparencia dolorosa. No, no podrán volver a empezar. Su amistad, su complicidad está ahí, pero nunca fue amor. El amor es otra cosa, él creyó que lo era, ella sabía que no lo era. La realidad es que están en dos planos distintos: él no se ha movido del mismo lugar en el que estaba cuando eran niños, ella ha cambiado, ha subido la escalera de la encrucijada en la que sus vidas se separaron y se ha convertido en otra mujer. ¿Y Arthur, el marido? Este personaje es el más interesante de la historia, los observa, los respeta, no los entiende cuando hablan, pero si comprende lo que Nora y Hae Sung están pasando y espera pacientemente. Es ella la que tendrá que decidir.

Celine Song hace honor a sus orígenes coreanos poniendo en escena un concepto muy oriental, la idea del in-yeon que en coreano significa ‘providencia’ o ‘destino’ y sirve para describir los lazos que unen a dos personas a lo largo de sus vidas pasadas. Nora y Hae Sung tiene in-yeon, pero no tienen amor. Amor es lo que tiene Nora con Arthur y Hae Sung tendrá que intentar encontrarlo.

La película de Celine Song es tranquila, suave, adulta y romántica. Quizás por eso ha gustado tanto a públicos de distintas edades y procedencias. Su clasicismo es su mejor carta de presentación. Preciosa